The 40-Year-Old Version, ¿dónde está la libertad?
Por Juli Fantini
La película de Netflix escrita, dirigida y protagonizada por Radha Blank es una síntesis entre Woody Allen, Spike Lee y Norah Ephron en tiempos del Black Lives Matters, con una ternura inconmensurable.
La mayor virtud de The 40-Year-Old Version es la creación de un mundo propio. La historia es la de una mujer negra con sobrepeso que supo ser una promesa del teatro como dramaturga antes de cumplir los 30. La pérdida de su madre y el tiempo transcurrido –un año de duelo– la llevan a preguntarse si, bajo las difíciles circunstancias, aún puede ser una artista.
Así, se abren tres caminos: “transar” con el mainstream de Broadway (que valora su talento, aunque le pide demasiado a cambio), incursionar en el teatro independiente del barrio, o patear el tablero y volver a su hobby de la adolescencia: el hip hop.
Estos dilemas profesionales de una persona a punto de ingresar en la normativa mediana edad –los 40– no son el tema central de la película, sino el contexto del desarrollo de la pregunta fundamental que atraviesa a Radha (persona y personaje comparten nombre): si puede o no tomar el control de su vida. Y cómo.
Este conflicto no se cuenta desde la típica estructura de la comedia romántica –aunque retoma algunos elementos de las mejores del género–, sino que asume un tono paródico que apela a la ternura, la empatía y el sentido del humor para narrar el dilema vital.
Con esos recursos, Blank elude el esquema del camino del éxito –tan propio de la meritocracia del “american way of life”– para asumir los grises como componentes del cuento de autoconocimiento de esta mujer afroamericana en un mundo de blancos –la escena teatral de Nueva York, esos que le ponen el precio y las medidas a las cosas–, a quien se le abre la posibilidad de subvertir un orden personal que, ya lo sabemos, es político.
Sin embargo, y con esta premisa, la realizadora no recurre a los clichés reivindicativos de mujer-con-dificultades-que-logra-imponer-su-mirada-en-un-mundo-adverso, sino que la operación es mucho más sofisticada y sutil (aunque en un par de escenas abandone la sutileza): la lucha es contra ella misma, y las puertas que decide abrir y cerrar.
La comedia que se termina de construir tiene algo de la biografía de Blank que son también las luchas de muchísimos artistas con talento que buscan el reconocimiento de su obra. También está presente el peso de haber sido una joven promesa, así como el destino de la docencia como la única salida para la supervivencia, aunque la protagonista se sienta satisfecha con el intercambio con los adolescentes.
Otro aspecto interesante de The 40-Year-Old Version es el posicionamiento que hace frente a las cuotas de minorías subrepresentadas en el arte y las consecuentes exigencias respecto a qué se debe contar, que parte del “erotismo que despierta el dolor negro en la mirada de los blancos”.
El rechazo del personaje central a esa perspectiva es la otra gran discusión que se advierte durante todo el film. Ella lo define como “poverty porn”: el porno de la pobreza que parte de las buenas intenciones de representar lo velado, pero termina siendo una especie de pornografía del dolor ajeno. Ejemplos sobran.
Esta historia no es la que sugiere la mala traducción del título en español que le puso Netflix –Rapera a los 40–: una mujer que cambia de carrera y triunfa en el mundo de la música. Todo lo contrario. Es el relato de una artista hambrienta de poner su talento en movimiento, con algo de sátira sardónica del esnobismo del mundo del teatro neoyorquino (no tan distinto a otras escenas del arte local).
La película, al fin y al cabo, es una carta de amor a las vocaciones artísticas y las posibilidades que las conducen o no hacia la libertad creativa, aunque el resultado no sea el esperado, aunque no se concreten, aunque el éxito sea otra cosa.
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