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Fragilidad

Por Nano Barbieri

Fracasó la política: en casi cuarenta años de democracia siguen fabricando más indignación ochocientas personas pobres sobre un campo vacío que la propia miseria de esos cuerpos. Qué pocas cosas quedan para agregar. Pero vamos a hacer el esfuerzo de argumentar, aquella vieja práctica política caída en desuso. 

La democracia inconclusa, así definía Aldo Ferrer a la Argentina, un país capaz de convivir con extraordinarios “pisos de sufrimiento”. Pero primero los hechos: el jueves pasado fueron expulsadas, no desalojadas, 800 personas que vivían en chozas sobre un campo de unas 100 hectáreas con varios dueños, algunos de dudosa acreditación. Guernica, nombre de guerra. Fueron expulsados por 4000 policías que no ahorraron violencias. Aturdámonos con números: 100 hectáreas, 800 personas, 4000 policías. Gases, balas, helicópteros, fuego. Personas huyendo con absolutamente nada en sus manos.

En Nymphomaniac, aquella incómoda película de Lars Von Trier, uno de los protagonistas dice: las cosas se esconden cuando parecen familiares. Hay una especie de último eslabón del estado de derecho que es la propiedad privada. Es intolerable su amenaza, como ningún otro derecho. Es una frontera que a todos nos parece insensato cruzar, está escrito en nuestro ADN cultural. La ocupación de campos deshabitados generó alerta en casi todo el arco político y encendió fantasmas en porciones enormes de la sociedad. Es un derecho. Sí. No es el único.

La desigualdad, en cambio, o la pobreza, que es el resultado de mirar sin contexto, es una preocupación adquirida. Se pide aparte, como la gaseosa en un restaurante. Para encender alertas sobre la desigualdad es necesario proveerse de cierta sensibilidad, haberse corrido del sentido común, es decir: haberse desentendido por un instante de todo ese universo compartido que nos resulta sensato sin siquiera pensar en él. No forma parte, ni por asomo, del combo de aptitudes de nuestra matrix.  

Conceptualmente, es una batalla muy despareja.

Promediando el siglo dieciocho, Jacques Rousseau respondió a un concurso con una consigna ambiciosa: explicar el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Así se llamó, también, su libro. En un extraordinario ensayo, Rousseau concluyó que, a diferencia de lo que muchos sostenían, la desigualdad no se funda en la posesión desigual de talentos, sino que es el propio contrato social lo que legitima la iniquidad. Es decir, la política, la moral, la ética. 

Digámoslo nosotros con un poco más de torpeza: la desigualdad es una decisión.

Las tomas –no solo esta última- ponen en evidencia la tensión entre derechos, como tantas otras veces ocurre. El derecho a la propiedad privada, frente al derecho a la vivienda digna, o a la vida misma, en algunos casos. Pero hasta que estalla, e incluso a veces cuando ya hubo estallado, permanece oculto, herméticamente sellado en nuestro sentido común.  

En ocasión de los saqueos ocurridos en Córdoba en el año 2013, Martín Caparrós escribió una nota exquisita en la que reflexiona sobre los fundamentos y la fragilidad del concepto de propiedad privada. Siempre me sorprendió que funcionara, dice, uno de los grandes misterios de las sociedades contemporáneas es que las personas respeten la propiedad ajena. Es difícil: supone que millones y millones vivan mirando lo que querrían tener, pero acepten que no van a tenerlo porque hay leyes y policías que lo impiden.

De vuelta: las cosas se esconden cuando parecen familiares.

En cuatrocientos años de organización capitalista, de tanto en tanto el sistema cruje, pero no quiebra. Y la política, esa herramienta de asignación de prioridades, tiene que coser lo que se rompe, tiene que pegar lo que se agrieta. Es la única explicación posible de la convivencia. 

Pero ahí, donde la vida social colisiona, donde chocan los planetas y los intereses son simplemente irreconciliables, la moneda cayó, una vez más, del lado del que más. 

El orden social, como cualquier construcción de las personas, es precario, susceptible de ser modificado o reemplazado. Todo aquel que bordeó la derrota, cualquier derrota, sabe de la cercanía del abismo, la conoce. Quizás tan solo haga falta un poco de memoria y la esperanza de que, como canta Sting, los nacidos bajo un sol brutal no se olviden de su fragilidad.

1 reply
  1. Pablo Sigismondi
    Pablo Sigismondi says:

    Sin igualdad de derechos y oportunidades no hay democracia posible. La democracia no es una palabra sino una forma de entender la convivencia dentro de una sociedad; no significa votar opciones “menos peores” cada tanto, sino el poder elegir y sobre todo controlar alpoder público. La Democracia está secuestrada por una casta que no la conoce porque no cree en la democracia sino que sólo utiliza su nombre para perpetuar sus privilegios de casta. La Democracia está secuestrada tanto que ya quedan apenas jirones de los sueños que en 1983 nos devolvieron la esperanza. Y, en la Provincia de Córdoba, la democracia no existe ni siquiera en la formalidad porque devino en Ecocidiocracia manejada por un gobernante sátrapa y una casta voraz. Los colores de los partidos políticos que nos fragmentan apenas si alimentan el espejismo de un mapa sin territorio, de una ecocidiokakistocracia asesina sin igual.

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