Epidermis
Por Nano Barbieri
Quisiera dar un punto de vista sobre la corrección política, principalmente porque pienso que hay un sentido de la ofensa demasiado desarrollado y, por sobre todas las cosas, fingido y sobreactuado. ¿Por el uso de las redes sociales? No necesariamente, no siempre es culpa de la disponibilidad del medio.
Dice el sociólogo Randall Collins: Si podemos pensar en las palabras que vamos a decir es porque al hablar adoptamos el punto de vista de otras personas y evaluamos su reacción a lo que hemos dicho hasta ese momento. Decimos con relación al otro. Esto no es nuevo, ni tampoco reprochable: es el resultado de la convivencia y de la necesidad de sostener una audiencia para no hablar como los locos. Pero lo cierto es que al hablar se desata, diría Goffman, un mecanismo de ajustes en el que la persona actúa en función de la expectativa del otro, buscando siempre armonizar con los demás evitando una abierta contradicción.
Esa armonización no es gratuita y varía según las posibilidades que nos demos de discutir los temas por fuera de sus empaquetamientos. Por ejemplo. En una nota publicada poco tiempo antes de las elecciones de Brasil que consagraron a Bolsonaro como presidente, el antropólogo Nicolás Viotti se preguntaba: ¿Cómo llegamos a esto? ¿Siempre fuimos conservadores y no lo sabíamos? Miren la precariedad y sin embargo la profundidad de esa pregunta: ¿siempre fuimos conservadores y no lo sabíamos? ¿Dónde estaba guardado todo eso? ¿Acaso detrás de una corrección política que, epidérmicamente suspendida, tuvo un desarrollo subterráneo? Por supuesto, esto es una hipótesis. Yo creo que sí es así.
Incluso las ideas más descabelladas instaladas, supongamos, por los medios o por referentes del deporte, la cultura o la política, necesitan de una base de sentido para poder ser eficaces. Digamos, no necesariamente lo que digan mañana Messi, Ginobili o Daniel Baremboim tendrá repercusión. La eficacia, dice Viotti, depende de condiciones cotidianas, de un magma mucho más amplio de fondo que está encarnado en objetos, afectos y deseos colectivos, incluso los más terribles. ¿Existe suelo fértil para todo tipo de afirmaciones? Claro que no. Pero la pregunta subsiguiente también es incómoda: ¿estamos generando, innecesariamente, condiciones para que emerjan este tipo de reacciones? Pienso que degrada las afirmaciones la necesidad de combinarlas siempre con una denuncia. Acaso incluso ponga en duda, también, la certeza misma de aquella afirmación. ¿Era verdaderamente importante, por ejemplo, condenar a quienes no homenajearon a Maradona?
¿Cuál es la eficacia de la sanción? ¿Cuántos de ustedes recuerdan haber sido escrachados, avergonzados o repudiados y tomaron aquello como un antecedente para volverse mejores? No conviene generar los escenarios para que estas discusiones afloren. ¿Cuáles son las condiciones que permiten que broten, en todo caso, con tanta intensidad nuevos modos de manifestaciones anti populares, o contrarias a las ampliaciones de derechos?
Estamos ante una colección de verdades a medias, diría el griego Castoriadis, que probablemente defendamos con un énfasis que no merecen. Pienso, para decirlo con mayor claridad, que es mayor el riesgo de quedar presos de nuestras propias imposiciones que de ser un ejemplo multiplicador.
Creo que equivocamos el rumbo haciendo hincapié en un mundo moral. Sobre todas las cosas cuando la preocupación no consiste en el problema moral de cumplir con esas normas, sino en el problema amoral de construir la impresión convincente de que satisfacen dichas normas. Como actuantes, diría Ervin Goffman, no somos otra cosa que mercaderes de la moralidad.
Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos. Dice una canción.
Lo que te da terror te define mejor. Dice otra.
Hoy me quedo cantando la segunda.
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