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The World to Come: matrimonios y algo más

Por Juli Fantini

La película The World to Come (El mundo por venir) tuvo su estreno internacional durante la 77.a edición del Festival de Venecia, el 6 de septiembre de 2020. Aún no llega a las salas de cine ni al streaming, pero puede encontrarse en plataformas alternativas. Y vale la pena buscarla. 

Un primer acercamiento podría asociarla a las celebradas Secreto en la Montaña

y Retrato de una mujer en llamas, pero este es un film menos ambicioso, aunque su simpleza no le resta belleza, sino que suma en sutileza y poesía.

La historia de un amor lésbico en clave de novela epistolar toma la forma del monólogo interno contado a través de una voz en off: el diario de una mujer enamorada que padece la vida rural a mediados del siglo XIX en EE. UU.

The World to Come es un western sin ninguno de los elementos clásicos del western de acción.

A través de las escenas excesivamente puntuadas por las fechas sobreimpresas en la pantalla del diario de Abigail (Katherine Waterson, con algo de Jo March en Mujercitas), las estaciones del año pasan mientras también se suceden los climas emocionales. 

Arranca, como corresponde, el 1 de enero con un invierno brutal. La pareja que interpretan Waterson y Casey Affleck (Dyer) experimenta el duelo de la pérdida de su hija, mientras cumplen rigurosamente los roles de género correspondientes al período histórico que viven, también como una estrategia para sobrevivir al dolor de la muerte de la niña.

Esa constricción al trabajo y los roles asignados no son releídos a la luz de lo contemporáneo. En este primer acto, hay una detallada exposición del cómo vivían en ese tiempo y espacio.

“Con poco orgullo y menos esperanza y solo intervalos ocasionales e inciertos de felicidad comenzamos un nuevo año”, escribe y dice Abigail y plantea el inicio del fin de su melancolía, un velo que todo lo cubre, así como el frío que los azota. 

Hasta que llegan Tallie (Vanesa Kirby) y Finney (Christopher Abbott) y todo cambia. 

La amistad entre Abigail y Tallie comienza a crecer con ambigüedades. Unos primeros acercamientos naives, mientras las miradas y los roces en los encuentros entre las dos mujeres dan cuenta de una evidente atracción difícil de traducir en términos amorosos, hasta que llegan los besos que se dan en la intimidad de la soledad. Lo ambiguo se desanda hacia el final, porque el erotismo de lo físico se oculta durante prácticamente toda la película. Aparece, justamente, hacia el final, en forma de ráfagas editadas con la intensidad de la intimidad que vivimos y que Abigail no nos contó durante la película.

Las dos parejas viven una vida de deberes de maneras muy distintas. Tallie y Finney no son el modelo ejemplar que sí encarna Abigail y Dyer. Incluso la maternidad negada de las dos es motivada en un caso por la falta de voluntad y deseo de ser madre y, en el otro, por la reciente pérdida.

Mientras la relación entre las dos mujeres crece, es evidente que se revela ante sus maridos, que no la explicitan en modo telenovelesco. Las tensiones crecen a través de detalles, hasta que Finney decide abandonar la zona, sin aviso, dejando a Abigail devastada.

El desenlace trágico y la concreta imposibilidad de la huida de las amantes restablece un orden que la directora noruega Mona Fastvold propone no reescribir, con la mirada actual de las dinámicas sexoafectivas lésbicas como un punto tapado de la liberación gay. Por el contrario, The World to Come es un cuento en el que la afinidad y búsqueda intelectual y la atracción física entre las dos se construyen a través de los clásicos arquetipos de las amantes que viven una historia contada desde el comienzo de los tiempos: de amores imposibles.

Y, más allá del evidente magnetismo de una de las actrices del momento —Vanesa Kirby—, es Waterson y su Abigail tímida, introvertida, frustrada, en duelo, quien nos cuenta esa historia desde una, por algunos resistida, voz en off, que funciona porque Fastvold se mete con la interioridad femenina. No es un recurso explicativo del guion, sino la forma que encuentra para contar el cambio de suerte del personaje al encontrarse con la belleza, la libertad, la ternura y las consecuencias de la opresión del matrimonio de Tallie. 

“Ya no me consuela la idea de un mundo mejor por venir”, escribe Abigail en su diario al comienzo de la película, dándole título y marcando el fin del sueño de los pioneros y la transformación de Tallie en un recuerdo, para, tal vez, regresar a lo mismo de siempre. Con la historia de amor inmortalizada en su cuaderno, hacia el final, remata: “Mantengo nuestra amistad y la estudio, como si fuera el mapa incompleto de nuestro escape”.

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Descuida, yo te cuido: la corrupción del sueño americano

Por Juli Fantini

Esta reseña contiene leves spoilers.

La conexión entre el estreno de Netflix del fin de semana pasado —I Care a Lot, en inglés— y el documental Framing Britney Spears —Hulu, disponible en plataformas alternativas— es evidente. 

Mientras el relato del movimiento Free Britney que formaron los fans de la cantante en contra de la tutela legal que hace 14 años la tiene “presa” de un sistema en el cual su padre vigila cada aspecto de su vida, en la película, las víctimas son adultos mayores los abusados por el sistema. 

Este thriller con tonalidades de comedia negra es también un comentario social que se torna demasiado sentencioso en su tercer acto, aborda tanto el viejo cuento del gato y el ratón como la institucionalización de una práctica de despojo de quienes son considerados incapaces y, por lo tanto, encerrados en casas de cuidado, despojados de sus bienes y alejados de sus aparentemente inconvenientes familias. 

Además, es un cuento de cómo se triunfa en Estados Unidos: la concreción del sueño americano se visualiza bajo un manto de corrupción, aunque a través de lo que el sistema permite, sus vulnerabilidades y puntos flacos. ¿Les suena?

Marla Grayson –Rosamund Pike, Perdida– es la sociópata a quien se retrata y en cuyas manos, a través de un aceitado sistema –legal, con bemoles–, recae la tutela de esos adultos; mientras que el personaje de Peter Dinklage –Tyrion Lannister en Game Of Thrones– es el gato que la persigue luego de que Marla se mete con la anciana equivocada –Dianne Wiest, la estupenda actriz de la que hubiera sido esperable un poco más de tiempo de pantalla–. 

En el casting también se destacan las breves apariciones de Chris Messina como el abogado del personaje de Dinklage, una especie de Fernando Burlando de allá, que deslumbra.

Entre la oscuridad y la comicidad, se ve, tras un primer acto en el cual nos muestran quién es Marla y cómo trabaja, el conflicto que pone en jaque el aceitado sistema de la estafadora. 

Así, arranca un cuerpo a cuerpo entre dos malos malísimos que no son precisamente antihéroes, sino personas detestables: una delincuente de guante blanco que les succiona la vida a los adultos mayores y un capo de la mafia que tampoco tiene escrúpulos. 

La sátira se impone porque se dan situaciones de muertes seguras a las que, de manera sorprendente, sobreviven. Así y todo, la conclusión deja gusto a poco, por lo moralizante de la propuesta.

Si la naturaleza corrupta del tutelaje y de otras prácticas aceptadas por las instituciones del Estado es el eje de la crítica social; la humanidad que el director les da a sus villanos es aún más incómoda para quien mira. Porque llega un punto en el cual la protagonista usa válidos argumentos sexistas para defenderse mientras que el gánster se presenta como un hijo extremadamente preocupado por su madre.  “¿Con quién te quedás?”, interroga la película. 

“No existen las buenas personas”, dice Marla en su monólogo de presentación. Y se define como “una maldita leona”. Sus caracteres distintivos quedan en claro desde ese momento inicial. Y se sostienen hasta el final. Es decir, es una sociópata —tal como define a su madre— que recuerda al Patrick Bateman de la adaptación de la novela de Bret Easton Ellis, American Psycho, con la diferencia de que aquí se mide contra alguien de su tamaño moral, o inmoral.

Sobra durante el segundo acto una subtrama referida a unos diamantes que Marla encuentra entre las pertenencias del personaje de Dianne Wiest, así como puede reprocharse el tono aleccionador del final. Aunque, al poner el ojo en las injusticias sistémicas del capitalismo, Descuida, yo te cuido hace un buen trabajo desde el humor negro. Cuando se pone melodramática pierde potencia, pero no defrauda en entretenimiento.  

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Wanda Vision: el poder del trauma

Por Juli Fantini

La serie que estrenó Disney Plus hace un mes y medio —de sus poquitas novedades con relación a la propuesta de la ametralladora de estrenos, Netflix— es excelente y apta para aficionados o no al universo Marvel.

WandaVision, rara y encendida, es la historia de dos personajes algo marginales de ese grupo de superhéroes llamados Los Vengadores (Avengers), y si hay familiaridad con los cómics, no habrá problemas de entendimiento de la trama.

También puede ser que se llegue a la serie sin haber visto nada o muy poco del MCU (Universo Cinematográfico de Marvel) dado el intenso nivel de comentarios alrededor de los capítulos semanales (estrena como antes, una “vieja” práctica que se agradece). En ese caso, la plataforma armó sus propios “Te lo resumo así nomás”, llamados Legends, unos cortos promocionales donde editaron una síntesis del recorrido de Wanda y Vision en la saga.

Otra alternativa es sumergirse por primera vez o de nuevo en todas las películas de las tres fases anteriores del MCU, disponibles en Disney Plus. A la espera de más contenido para adultos, ese parece un buen plan en tiempos, para algunos, de escasa vida social. Allí también se abren dos formas de visualizar: por orden de aparición o por cronología.

Es que la plataforma que llegó en noviembre se convirtió en un espacio de rewatch. Al contar con tantos clásicos, así como con las sagas completas de Marvel y de Star Wars, por citar otro ejemplo, la tentación de volver a mirar está ahí, a un clic de distancia.

Y, si mencionamos Star Wars, es posible establecer un paralelismo entre el fenómeno The Mandalorian, que prestigió la franquicia de películas, creadas por George Lucas, y ahora propiedad de Disney, que venía de una cuestionada trilogía de cierre. Por su parte, WandaVision potenció en imaginación y rareza a esa fábrica de entretenimiento diseñada para perdurar por décadas que entró a su fase cuatro, sumando series al cánon de las películas del ya mencionado MCU.

Concluida La saga del Infinito —no habrá, por ahora, películas de Los Vengadores—, no era el plan del conglomerado mediático inaugurar la nueva fase con esta serie, pero la pandemia los hizo trasladar los estrenos de las películas hacia más adelante. Así que decidieron salir con la que tenían a disposición. Por lo que se dijo, hay una sola temporada, y lo que se viene en lo inmediato es la serie The Falcon and The Winter Soldier (23 de marzo).

A partir de ahora, algunos leves spoilers de los primeros cinco capítulos emitidos.

WandaVision llega cuando Marvel parecía haberse autofagocitado con tanto despliegue de fuerza y poder en las últimas de Los Vengadores. En la serie que arranca como una sitcom de los 50, dos actores dramáticos destacados, Paul Bethany (Vision) y Elizabeth Olsen (Wanda), despliegan su pericia en un registro cómico clásico, al principio, que corta con la épica desgastada del universo de películas y vuelve a lo que mejor hicieron en el pasado: el juego con los géneros cinematográficos; ahora, con los televisivos.

Sin embargo, la serie no es un experimento, se inserta con meticulosa perfección —aunque el cómo demore un poco en llegar— en la franquicia ultra rentable, pero desde un lugar más ingenioso e inteligente.

La recreación de las sitcoms “que nos hicieron felices” —esas historias de familias nucleares de los 50, 60, 70 y 80, hasta el quinto— es, nada más y nada menos, que una de las etapas del duelo de Wanda tras la muerte de Vision en las películas.

Esa figuración de la televisión de cada una de las épocas citadas es exacta y nostálgica, y también está plagada de referencias a lo visto en los últimos años del MCU. Pueden darse una vuelta por YouTube, donde se multiplican los análisis de la enorme cantidad de easter eggs referidos en cada breve capítulo semanal. Si no los ven, no pasa nada.

La Bruja Escarlata crea una realidad paralela en la que su compañero vive. Ella aparentemente controla la voluntad de un grupo de personas que pasan sus días en un pueblo idílico llamado Westville, para que actúen esas recreaciones donde la pareja es feliz, de acuerdo al filtro televisivo de cada una de las décadas.

En esa construcción, que tiene la forma de un hexágono, transcurre el duelo de Wanda, un personaje que tuvo poco tiempo en pantalla, pero que sí arrastra varios traumas. Sus problemas mentales han sido evidentes, y ahora quedó —dada la última tragedia en su vida— enfrentando no solo sus fantasmas, sino —como no podía ser de otra manera— una nueva conspiración que se evidencia recién entre el cuarto y el quinto capítulo.

¿Dónde queda lo superheroico? Lejos, al menos al principio, del registro que vimos en las películas. Si bien se da cuenta del gran poder de la Bruja, se parece más a una Hechizada moderna que luego es tratada como terrorista. La apuesta es que no sea Wanda quien tome la posta de la heroína, sino otro personaje que conocimos de pequeña en Capitana Marvel, Mónica Rambeau. Pero esa es otra historia por descubrir.

Así, lo que pasa dentro y fuera del hexágono —como si se tratara de un Truman Show de superhéroes— marca las tensiones dramáticas de la serie. Wanda apela a lo mismo que muchos y muchas durante la pandemia: pasar el tiempo viendo TV confortable para escaparle al drama. En lugar de ver sin parar y por enésima vez algún capítulo de Friends, en este caso, como tiene poderes, la protagonista directamente recrea sus series favoritas, sin apelar a la parodia. WandaVision, de esta manera, parece decir que las historias que nos contamos para sobrevivir suelen ser más poderosas que lo que efectivamente nos pasa. .

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El colapso: un apocalipsis realista

Por Juli Fantini

Esta reseña no contiene spoilers.

En Flow —emitida por el canal AMC desde el lunes 8 de febrero de 2021, disponible on demand desde el martes 9 — estará disponible El Colapso, una serie francesa creada por el colectivo de cineastas franceses Les Parasites. No se parece a nada: ni a Black Mirror ni Years And Years —dos series distópicas muy populares en los últimos tiempos— y mucho menos a alguna de las decenas de películas de Hollywood que se meten con el fin de la humanidad. 

La peculiaridad de la creación es su formato de antología: cada capítulo se ocupa de una historia en particular. Su brevedad, ocho capítulos de entre 15 y 20 minutos filmados en planos secuencia, permite adoptar con realismo el punto de vista de cada una de las personas que transitan el colapso del sistema, nada más y nada menos.

El conflicto que aúna las historias contadas y fragmentadas es el caos generado, porque se cayó literalmente el abastecimiento de todos los bienes y servicios en Francia —y se supone también en el mundo—, lo que genera distintas variantes de la supervivencia en un contexto por demás hostil. 

Creada en 2019, puede evocar algo del clima de época de la pandemia, pero se diferencia porque no hay un virus que promueva la disolución del orden social, sino que estamos ante el cumplimiento de las profecías de ecologistas y ambientalistas respecto a las consecuencias del mal —y desmedido— uso de los recursos, no solo naturales, del planeta; en ese marco, las necesidades básicas desaparecen o se vuelven inalcanzables para la mayoría de las personas.

Con la duración de una película —aproximadamente 160 minutos en total—, la miniserie se inspira en la teoría de la colapsología. Básicamente, lo que dice es que la sociedad industrial tal como la conocemos se destruirá por una conjunción de circunstancias políticas, sanitarias, medioambientales y energéticas. 

Con esa premisa hecha realidad, en el primer capítulo asistimos a lo que sucede en un supermercado cuando el desabastecimiento empieza a sentirse. En los episodios que le siguen, los lazos sociales tensados entre sobrevivir o ayudar se muestran a través de otros escenarios y con distintos protagonistas; y, en la mayoría de los casos, El Colapso adopta un tono misántropo: Les Parasites no parecen tener demasiada fe en la humanidad. 

Los capítulos son, como se dijo, autoconclusivos, pero coherentes y cohesionados. Algunos, por supuesto, son mejores que otros, y el final —explicativo— sobra. Cada uno de ellos hace referencia al lugar donde sucede la acción dramática y a una fecha específica desde que ha llegado el colapso. Del mencionado súper (día dos), pasan a una estación de servicio (día cinco), le sigue el inquietante capítulo, “El aeródromo” (día seis). Luego llega “La aldea” (día 25) y “La central” (día 45). El más humanista, “La residencia” (día 50). “La isla” es el penúltimo, en conexión directa con el segundo (día 170), y concluye con un capítulo ambientado cinco días antes de la debacle titulado “La emisión”. 

Para quienes esperen encontrar una serie que se anticipó a la pandemia, no tendrán suerte. Más bien, El Colapso es un alegato antisistema que recrea algunas circunstancias miserables que vivimos durante la crisis provocada por el coronavirus, donde la supervivencia del más fuerte y el más rico se impone en un apocalipsis que se insinúa día a día en los títulos de los medios de comunicación.

Pesimista en su mensaje y técnicamente impecable, es una serie que no dejará indiferente a quien se sumerja en el visionado de esta tragedia moderna, lejana a la ciencia ficción y carente de propuestas o soluciones, porque, en ese mundo sin recursos, lo único que vale, parecen decir Les Parasites, es sobrevivir.

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Druk / Another Round: amistades embriagadoras

Por Juli Fantini

Más allá de la inusual premisa, que podría dar lugar a una película extremadamente provocativa, Druk es una meditación sobre la crisis de la mediana edad masculina.

El título de la película danesa de Thomas Vinterberg (La Cacería, Querida Wendy) sería en su traducción literal “consumo excesivo de alcohol”. En inglés, optaron por nombrarla Another Round (Otra Ronda, así la encuentran en plataformas alternativas), aunque en realidad se refiera a una casi interminable cantidad de rondas, parte del experimento al que un aburrido grupo de amigos y profesores de secundario acceden para salir de la melancolía. Mads Mikkelsen —también protagonista de La Cacería y de la serie Hannibal— es la cara más reconocible entre los protagonistas, en un trabajo a través del cual despliega su enorme talento como intérprete. 

“Tenemos este debate muy constante y honesto sobre el alcohol, pero también bebemos como vikingos”, le dijo Vinterberg hace poco al New York Times. Es que Druk puede leerse en clave sociológica, aunque no sea un subrayado del guion la cultura del excesivo consumo de alcohol naturalizado desde muy jóvenes entre los daneses. Este es el otro trasfondo que habilita el conflicto: los cuatro profesores se proponen mantener una tasa de alcohol permanente para mejorar sus vidas y las cosas efectivamente mejoran; por supuesto, también empeoran.

La exploración de estar borrachos todo el tiempo se justifica a partir de la idea de un psiquiatra —Finn Skarderud, que existe en la vida real—, quien sugiere que los humanos supuestamente nacemos con un déficit de 0,5 % de alcohol en nuestro cuerpo. Al compensarlo, la teoría demostraría que se puede vivir mejor. Y en esa comprobación empírica se meten los profes. 

En medio de la intoxicación por alcohol permanente, intentarán seguir con sus vidas, unas existencias atravesadas por los típicos white people problems de una sociedad como la dinamarquesa, con resultados estupendos, al principio: desinhibidos, inspirados y en conexión con el mundo, sus clases mejoran, así como sus vínculos. 

Druk está lejísimos de registros que podrían parecer similares, como la estadounidense The Hangover (La Resaca), porque no ironiza ni satiriza las pequeñas tragedias de estos señores aburridos, sino que, en tono tragicómico, expone el vacío existencial que para algunos puede parecer vacuo y otros sentirán una profunda identificación. Las frustraciones derivadas, los sueños no cumplidos y las relaciones de pareja o inexistentes o deterioradas se lubrican con alcohol en esa aventura en común de cuatro tipos que en la intimidad afectuosa de su amistad intentan hacer algo al respecto. 

La inminente caída al abismo, cuando el consumo de alcohol se evidencia en la comunidad educativa y entre familias al incrementar la apuesta, no aparece enmarcada en un cuento moralizante. Hay delicadeza y amor por los personajes por parte del director, quien, con compasión, expone sus fallas —engrandecidas por el experimento— pero no dinamita el vínculo amistoso, una fuerza poderosa que termina por redimirlos, incluso en medio de la tragedia. 

El personaje de Mikkelsen —Martin— oficia de protagonista, aunque es el bloque de amigos cuarentones, frágiles y en crisis el que, al fin y al cabo, se aventura en algo que lo saca del letargo, aun cuando el melodrama golpea la puerta. 

Así, Druk no se trata de las consecuencias de beber demasiado, sino de la oportunidad de tomar otro camino, evocativo de la juventud, para finalmente darse cuenta de que no hay otra cosa que el hoy, sin una respuesta concluyente respecto al futuro y con un baile final de Mikkelsen que tiene destino de ícono entre las películas del año que pasó.  

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Rocanrol Cowboys: una historia de vida

Por Juli Fantini

Rocanrol Cowboys puede parecer una historia mínima frente a la ambición latinoamericanista y didáctica de Santaolalla y su Rompan Todo

Las dos producciones que vimos en Netflix, sin embargo, se enmarcan en la larga historia de un género que es casi tan antiguo como la historia del rock: el rockumental. El estupendo retrato de la banda de Juanse que, cumpliendo con las reglas del cuento narra el ascenso, caída y regreso de una pieza clave del rock argentino postdemocrático, supera el otro retrato, más ambicioso pero desangelado, del fundador y productor de Arco Iris.

El rockumental es un género en sí mismo que habitualmente combina imágenes de actuaciones en vivo, entrevistas y material audiovisual de todo tipo. El género emerge en los 60 por la enorme atención que la música popular tiene en la cultura joven de Occidente. Rocanrol Cowboys es un subtipo biográfico —en este caso, la banda Ratones Paranoicos es la protagonista— que cuenta con una enorme cantidad de material de archivo de todas las épocas. 

Esos detrás de escena que se presentan de forma naturalista son “pisados” por la voz en off de los integrantes de la banda, cuyos rostros actuales no aparecen en la clásica toma de entrevista periodística. Una decisión que nos pasea por las tres, casi cuatro, décadas implicadas en la breve narración, situándonos en cada momento vivido. Así, cuando vemos las caras de hoy de los integrantes, el contundente paso del tiempo tiene una corporalidad de impacto.

En ese marco, este rockumental puede parecer de nicho al pensar, en principio, que pudo haber sido concebido para la “patria stone” que ve en los Ratones el enlace local hacia los Rolling Stones, esa particular subcultura argentina que dio y daría para miles de aproximaciones etnográficas respecto a sus mitos de origen y ramificaciones musicales y culturales. 

Así y todo, los realizadores Plástico, una dupla formada por Alejandro Ruax y Ramiro Martínez, sueltan esa oportunidad y se concentran en contar cómo una banda proto punk de Villa Devoto alcanza a telonear a los Stones para luego tener como productor al mismísimo Andrew Loog Oldham —quien trabajó con la banda de Jagger y Richards en sus comienzos— hasta, finalmente, separarse, para volver a reunirse. Como tantas otras, aquí, allá y en todas partes, aunque en este caso con todos sus miembros vivos. 

Y ese es otro de los valores que alejan a Rocanroll Cowboys del mero nicho porque es posible universalizar esa experiencia. 

La intención se ve plasmada en el relato, también en off que hace Oldham, no solo como productor de dos de los discos de los 90, sino al asumir el papel del narrador que conoce la cultura rock. 

Es Oldham el que tiene la suficiente cercanía y distancia para dar las reflexiones más sesudas y experimentadas que evaden los clichés en torno al paso del under al mainstream, de una vida normal al dinero, fama, sexo, y excesos con las drogas y el alcohol, posterior caída y redención (en uno de los casos, literal, con Juanse y su devoción católica).

Los Ratones Paranoicos se formaron en 1983, cuando cayó la dictadura cívico militar, alcanzaron su pico en los 90, y el comienzo del milenio marcó su final como banda. 

En otra decisión acertada, Plástico opta por no remarcar el contexto sociopolítico, solo aparece un clip con imágenes lo suficientemente icónicas del paso de los 80 a los 90 que indican la llegada de la fama, y del menemato. El resto se deduce por la calidad del material de archivo, el acceso a mejores condiciones de grabación, las dinámicas entre los miembros de la banda que se ven arruinadas por el paso de los años, y son exhibidas sin hipocresías ni discursos edulcorados, así como tampoco se oculta el evidente consumo de sustancias y alcohol que detonan sobre todo a Juanse. 

No hay condescendencia ahí, pero tampoco lecciones de moral. Es, simplemente, un abordaje honesto. Y también respetuoso del camino que Juan Sebastián Gutiérrez, ridiculizado hasta el cansancio primero por Capusotto y su Pomelo, y luego por su acercamiento a la religión. 

Así y todo, Rocanrol Cowboys no es la historia de Juanse sino la de la banda que formó junto al bajista Pablo Memi, el guitarrista Sarcófago y el baterista Roy Quiroga. Justamente, el título del rockumental surge de una de las reflexiones de Oldham cuando define el encuentro entre las guitarras de Juanse y Sarco como las de dos “rock and roll cowboys”.

Los 76 minutos de la película pueden no ser lo que un rolinga de ley espera, pero sí hace justicia, a pesar de las omisiones propias de decisiones de guión, con la banda salvaje e imprescindible de la escena rock argentina que fue Ratones. Como dice Juanse en una vieja entrevista, el rock and roll como un estilo de vida, incluso en la última etapa de su vida, porque, con sinceridad, ¿hay algo más rockero hoy que un frontman que enfervoriza a multitudes católicas en las inmediaciones del planetario porteño al ritmo del “Rock del Gato”?

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Promising Young Woman: algo más que la historia de una venganza

Por Juli Fantini

Esta reseña contiene spoilers de la totalidad de la trama de la película.

Lo central, Mujer joven prometedora aún no se estrenó ni en plataformas ni en el cable, solo puede verse a través de métodos alternativos. Una vez superada esta cuestión de acceso al contenido, la recomendación es no perderse esta audaz apuesta que abre tantas preguntas vinculadas tanto a los debates en torno al punitivismo, como a la violencia de género. Lo que difícilmente deje indiferente a quien la mire. 

Antes de contar de qué se trata, el protagónico de Carey Mulligan merece unos párrafos dada su dilatada carrera, sus puntos altos y este papel, Casandra, que la consagra como lo que ya había insinuado con vehemencia años atrás. 

La actriz británica descolló con su interpretación en An Education, la película de 2009 en la que le daba vida a una joven de 16 años que se involucra con un hombre de 35. Le valió varias nominaciones como mejor actriz, incluida el Oscar, en una estupenda película sobre las relaciones de poder entre géneros. Otro rol que colocó a Mulligan en lo más alto fue una serie emitida en Netflix llamada Collateral (2018). En esta miniserie, la actriz es una detective embarazada que investiga un extraño tiroteo que resultó en la muerte de un repartidor de pizza, quien esconde varios dramas personales, pero también da cuenta de la problemática vida de los inmigrantes en el Londres contemporáneo. Por último, el 29 llega a la misma plataforma La Excavación que protagoniza junto a Ralph Fiennes y Lily James, y se mete con un hecho histórico: la excavación de Sutton Hoo en 1938, cuando el mundo se preparaba para la guerra. 

En el mientras tanto, aparece esta película audaz e inquietante que puede vincularse de manera directa con I May Destroy You —la serie de HBO— pero toma un camino claramente distinto. Carey Mulligan es Casandra, y no es casual el nombre, la homónima del mito griego es una sacerdotisa con el don de la predicción quien, cuando se niega a entregarse a Apolo, este no le quita la habilidad, pero la maldice con que nadie le crea lo que predice.

La directora de Promising Young Woman es la británica Emerald Fennell, y seguramente muchos la identificarán por su papel de Camila Shand en The Crown o como la showrunner de la segunda temporada de Killing Eve. Fennell, en su debut detrás de cámaras para el cine, le dijo a la revista Vogue que su propósito con PYW es contar un cuento de hadas cómico y oscuro: “Quería escribir una película sobre una venganza de una mujer real”, contrariamente a lo que pasa en general con este subgénero. Para ello, se basa en un estilismo muy particular tanto en la paleta de colores pasteles usada, como la casa rococó y extravagante de los padres de Casandra (Cassie, en la película) donde aún vive, así como en el vestuario del personaje de Mulligan, quien de día parece una angelical maestra de pre jardín mientras que de noche va mutando en personajes que puedan disparar las fantasías de sus “víctimas”.

Sucede que PYW cuenta, en principio, la historia de una mujer que en sus 30 se ha transformado en una vengadora de la memoria de su amiga, violada durante el tiempo en que cursaron juntas medicina, luego se suicidó. Estos hechos ponen en pausa la vida de Cassie que se embarca en un plan que arranca por potenciales abusadores cazados de manera random hasta llegar a quienes fueron parte de la violación y desestimación de la denuncia de su amiga.

Los tres momentos de la película: planteo del conflicto y comedia romántica, abandono del plan y decepción, y venganza final, de este “cuento de hadas del #MeToo” como dijo su directora también, la acercan a Hard Candy, film donde Ellen Page emprende una represalia similar, aunque con un pedófilo. Sin embargo, la empresa de Cassie es mucho más grande. El cuaderno en el que anota a sus vendettas nocturnas tiene muchísimos “palitos”, y nunca sabemos qué le hace a quienes intentan abusar de ella mientras finge una borrachera irremontable, aunque se puede intuir dado el final. 

Así y todo, más allá de la empatía que genera Cassie y el final redentor, PYW abre muchas preguntas sobre el punitivismo, la justicia por mano propia, los escraches o las amenazas de, y, fundamentalmente, cuestiona el funcionamiento de la justicia, tanto en las instituciones escolares como del estado. En este último caso, el dinero la oculta, la culpa la expone y el arrepentimiento hace que llegue con un costo demasiado alto: la muerte de las dos amigas.

Impresiona la recreación de los lugares comunes de quienes fueron partícipes o cómplices por lo verosímil: las excusas van desde el “éramos muy jóvenes”, pasando por “la acusación, si era falsa, le arruinaba la vida a un chico con todo por delante”, hasta “pasaba todo el tiempo, era parte del descontrol universitario”. 

Más allá del extremo en el que se apoya esta enseñanza moral, la oscuridad de Promising Young Woman y su coqueteo con la comedia, por más que sea un dramón, construye —gracias a Mulligan— un retrato conmovedor de los dolores que nunca ceden. 

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Cinco películas destacadas en un año sin salas

Por Juli Fantini

Nunca pensamos en marzo que El hombre invisible -la remake protagonizada por Elizabeth Moss de Mad Men- sería la última que veríamos en una sala a oscuras y sin interrupciones en el año. 

La pandemia y las restricciones de aislamiento obligaron a que esta actividad -como tantas-, un ritual asentado en la vida de muchos y muchas, quedara trunca. 

Se sabe, la experiencia cinematográfica no es la misma en casa, de a fragmentos algunas veces, con interrupciones y, por supuesto, por más bien equipado que se esté, con una pantalla más pequeña y un sonido que no es el de una buena sala.

Ese ritual perdido y justificado en el riesgo sanitario, hizo que la experiencia sea doméstica, en la computadora o el televisor de casa. 

Se suma el dato que, a diferencia de las series, no hubo una oferta masiva de películas. Muchas se pasaron directamente al streaming y otras se reprogramaron para el año que viene o incluso el 2022. 

Por ejemplo, Tenet, mencionada en esta lista, llegó al público argentino de manera ilegal, primero en versión cam, luego un ripeo bastante digno, pero, reitero, la experiencia de visualización debería haber sido en una sala.

Con el mismo argumento de la semana pasada con las series, esta enumeración es de una subjetividad y parcialidad absoluta. La diferencia es que no incluimos las decepciones, porque fueron demasiadas.

Que sirva este listado como una guía para debatir, agregar y tachar de acuerdo a sus propios recorridos cinéfilos por las plataformas y el cable. Por cierto, no se adelanta contenido trascendente de las tramas. Es decir, no hay spoilers. 

  1. Tenet

Aún no está disponible en plataformas. Puede verse de manera alternativa.  [Actualización el 5/04/2021: En cartelera]

La primera advertencia, al menos para los que manejan un nivel de dispersión de medio a alto, es que a Tenet hay que verla dos veces. Esta especie de James Bond sofisticado y complicado que guionó y dirigió Christopher Nolan (Inception) y que protagonizan los estupendos John David Washington (el hijo de Denzel) y Robert Pattinson, acompañados por Elizabeth Debicki, Kenneth Branagh, es un thriller de espías con elementos de ciencia ficción y, con sinceridad, en una primera mirada no se entiende lo que pasa, pero la fuerza de los recursos de producción y las escenas de acción son tan impactantes que te exigen una segunda visualización para prestar atención a la trama, o a la inversa. 

El héroe (Washington), acompañado por su ladero (Pattinson) está a cargo de una misión enorme en una temporalidad que se desdobla de una manera inusual que conviene no adelantar. 

Tenet es un genuino rompecabezas armado para el entretenimiento que, si pasaron mucho tiempo confinados, seguramente los hará viajar extrañamente por grandes superficies abiertas rodeadas de objetos y personas que conspiran desde el futuro para salvar a la humanidad, aunque su propósito sea destruirla, una de las tantas paradojas que plantea el film de Nolan.  

  1. The Nest

Puede verse de manera alternativa. [Actualización el 5/04/2021: Disponible en Amazon Prime Video]

Esta película de Sean Durkin, quien irrumpió con la destacada Martha Marcy May Marlene hace nueve años, crea el revés de Wall Street, aquella película de los 80 sobre los embusteros de la bolsa de la era Reagan, con una peculiaridad: usa todos los recursos de cine de terror psicológico para contar un drama familiar atravesado por la moral del capitalismo financiero. Sin monstruos, sin ciencia ficción, sin casas embrujadas, solo con la ambición de un bróker (Jud Law) que arrastra a su familia a Inglaterra en la búsqueda de más negocios. Luego, por supuesto, nos enteramos de otras motivaciones. Carrie Coon (The Leftovers) interpreta a su esposa que experimenta junto a sus dos hijos, esa migración forzada como un viaje de descubrimiento de la genuina naturaleza que la une a su compañero. 

The Nest es una película desafiante que se mete con las dinámicas matrimoniales por momentos de manera obvia y en otros más logrados, con una sutileza que explica el arco narrativo de los personajes de manera precisa. La escena final puede confundir, pero se conduce con toda lógica en el marco de las conexiones emocionales y orígenes de los protagonistas.  

  1. Mank

Disponible en Netflix.

De Mank dijimos en la reseña que es imposible una experiencia completa sin tener fresca la trama de El Ciudadano. Sin embargo, más allá de las múltiples formas de visualización, esta película en blanco y negro “cremoso” de David Fincher se incluye en este listado no solo por sus valores técnicos e interpretativos, sino también porque advierte que la hipocresía en el mundo del espectáculo es el modo en el que se construyó, y construye, esa fábrica de sueños: Hollywood. 

El cine dentro del cine puede dejar fuera de juego a quienes no están familiarizados o fascinados con la historia de esa industria. Sin embargo, el cuento de la traición y la espectacularidad de Gary Oldman como Herman Mankiewicz, guionista de El Ciudadano, son motivo suficiente para sumergirse en este cuento que opta por un hecho en particular para dar cuenta de una vida, la mejor forma de evocar cómo se hacían las cosas atravesadas por los intereses políticos, más allá de lo estrictamente cinematográfico.

  1. The Forty-Year-Old Version

Disponible en Netflix.

Un poco más de dos horas filmadas en blanco y negro le sirven a Radha Blank para alejarse de ese título tan poco representativo que le puso Netflix en español -Rapera a los 40- para sumergirse con gracia y humor en una meditación sobre la crisis de mediana edad, y las búsquedas de las mujeres que no pertenecen a ninguno de los mandatos establecidos de belleza, éxito y modales. 

El otro mérito tiene que ver con la forma en la que se mete en la discusión sobre la vigente discriminación racial en EEUU: desde una perspectiva de clase media, en una Nueva York de fondo realista y con un personaje protagónico que no precisa de un tránsito sufriente para mostrar las injusticias del mundo. 

La lucha es por imponer su talento evidente, en un mundo de hombres blancos que definen el lugar que debe ocupar. 

El rap, o hip hop, solo es el telón de fondo del cambio de suerte buscada de nuestra heroína. La reinvención no es tal, sino que el mundo creado en la película nos muestra la reafirmación de una vocación, a pesar de los ruidos permanentes que conspiran en contra de la concreción de su carrera. 

  1. Emma

Llegó a HBO el 2 de enero. También puede verse en Apple iTunes, Google Play Movies, y Movistar Play. [Actualización el 5/04/2021: Disponible en HBO]

De visualización obligatoria para los fanáticos de Gambito de Dama porque la protagonista es Anya Taylor-Joy. Vemos en Emma el rango interpretativo de esta joven a la que le toca ponerse en la piel de uno de los personajes más emblemáticos de la novelista Jane Austen y que ya tuvo varias adaptaciones. 

Como Greta Gerwig con Mujercitas, la directora Autumn de Wilde, fotógrafa del rock, debuta como directora con un doble juego de fidelidad al texto original y con perspicacia en el diálogo con el presente que establece en esta comedia de enredos ambientada en el siglo XIX, pero que resuena en el presente. 

Así y todo, no es una Emma feminista ni mucho menos, De Wilde respeta las cosmovisiones de la época, sobre todo la de Austen, pero relee las formas del romance a partir del guión de la joven Eleanor Catton, de manera sencilla y vital.  

Cinco más: Small Axe: Lovers Rock (Próximamente a Amazon Prime Video. Puede verse en plataformas alternativas). The Hunt (Se puede alquilar en Movistar Play o descargar o comprar en Google Play Movies). Horse Girl (Disponible en Netflix). The Trial of the Chicago 7 (Disponible en Netflix). The Assistant (Aún no está disponible en plataformas. Puede verse de manera alternativa).

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Las series del año, tres favoritas y tres decepciones

Por Juli Fantini

Sepan disculpar las y los lectores de esta columna porque se repetirán conceptos que ya leyeron, pero así son los balances del año. En este caso, haremos una breve jerarquización que parte del universo de lo visto –por cierto, no fue todo lo que se emitió, es imposible– y evitaremos caer en los conceptos de mejores y peores. Optamos por la idea de favorito, es decir, léase esta lista en torno a las preferencias de quien escribe, con la posibilidad de que ustedes sumen las suyas y, así, estimulemos la conversación en un 2020 en el que vimos mucho más que antes. 

En ese contexto, LA serie del año es una producción de HBO que se metió con un tema difícil de contar: el abuso sexual y el después. Se trata de I May Destroy You. Escrita, dirigida y protagonizada por Michaela Coel –basada en su experiencia, fue abusada–, el relato y la interpretación son un verdadero tour de force de las emociones y trabas burocráticas tras una violación, que la protagonista en principio no recuerda y de la que, a través de los capítulos, va descubriendo detalles, exponiendo su subjetividad dañada, tratando de reconstruir lo ocurrido y reconstruirse, junto a su círculo de amigos, quienes también experimentan otras variantes del abuso sexual. Ni complaciente ni dispuesta a deificar a las y los sobrevivientes, el uso del humor como catarsis aparece en I May Destroy you como el componente que te distrae para luego volverte a atrapar, en una narración que, sin dudas, se suma a otras características innovadoras para contar este tipo de historias y consagrar a esta actriz como una de las voces más originales del año. 

FAVORITAS

  1. Normal People 

El drama romántico no es un terreno habitual de la TV de prestigio. En general, prima el abordaje en clave telenovelesco. En este caso, los doce capítulos de Normal People construyen, en varios actos, la complejidad de un romance, y evitan los clichés del género. Es una para llorar y para recordar el primer amor, pero también una profunda reflexión sobre la intimidad y los vínculos. De haber estado en Netflix, no se hubiera hablado de otra cosa. 

Así hablamos de Normal People:

Normal People (Starz Play) es la gran serie romántica de la pandemia. Con potencial de clásico, con seguridad será recordada porque es un retrato íntimo del amor adolescente y sus idas y vueltas posibles de universalizar. Pero también es una serie sobre lo que significa ese paso gigante entre el secundario y la universidad o el trabajo, y quiénes acompañan ese proceso. El vínculo entre Marianne y Connell llena la pantalla y sirve de excusa para mostrar cómo el mundo adulto recibe a estos jóvenes que experimentan el sexo de manera intensa. La ternura y la empatía también son parte de lo que se pone en primer plano en Normal People, y se disfruta de principio a fin, a pesar de las pequeñas y grandes tragedias que atraviesan a la pareja. 

  1. High Fidelity

Esta es otra serie que, de haber estado en una plataforma más popular, hubiera estimulado la conversación social por fuera de los seguidores de Nick Hornby y Zoe Kravitz. Y la pésima noticia es que no tendrá segunda temporada. Si no la vieron, la encuentran en Movistar Play y, por supuesto, en alguna plataforma alternativa. 

El desafío de la serie es contar la misma historia –del libro y la película homónima–, una oportunidad ganada de darle una nueva lectura al libro de los 90, que se cumple con creces. Además, que Rob sea una mujer negra, sin caer en el panfleto de lo políticamente correcto, hace de esta comedia romántica-melómana una experiencia de enorme disfrute.  

Así hablamos de High Fidelity:

High Fidelity (Hulu) hizo lo imposible: le cambió el género al histórico personaje de la novela homónima de Nick Hornby que ya había sido llevada al cine con eficacia con John Cusack como protagonista y, contra todo pronóstico, generó algo encantador. Sobre todo, porque para interpretar a Rob está la carismática Zoë Kravitz, también productora ejecutiva de la serie. En el camino de la comedia romántica, la melomanía atraviesa todos los aspectos de la vida de la dueña de una disquería quien, tras su última ruptura amorosa, repasa viejas relaciones también frustradas para encontrar una respuesta al porqué del fracaso. Esta adaptación es aún más fiel al libro original porque la serialidad permite lo que el cine no: contar la historia en muchos más minutos. La banda sonora es incomparable. Se recomienda la escucha.

  1. Raised By Wolves

El prestigioso Ridley Scott, productor y director del piloto de Criados por Lobos, que regresó a la televisión tras 50 años, le dijo al diario inglés The Guardian que a la serie hay que mirarla con tres botellas de vino encima. La recomendación tiene que ver con la trama, pero también con el momento que aún vive, o padece, la humanidad. 

La serie en sí es una exploración sobre los temas que Scott ha desarrollado en sus películas. No es novedosa: la ciencia ficción clásica es su anclaje, pero para quienes aman el género será una experiencia evocativa. Capítulo tras capítulo las referencias abundan. 

La historia sigue a una pareja de robots cuya misión es procrear y criar a unos niños y niñas en un planeta desconocido, tras un desastre ocurrido en el suyo. De fondo, un enfrentamiento religioso que trae a colación las guerras santas, no muy sutil pero sí efectivo. 

Anoten el nombre de Amanda Collin, quien interpreta a “Madre” una de las androides, porque su actuación merece ser celebrada. 

NO TAN FAVORITAS

  1. Dark (tercera temporada) 

La serie alemana que ganó el mundial que organizó Netflix en Latinoamérica tuvo un desenlace indigno para sus comienzos. Esa trama complejísima que te exigía, como Cien años de soledad –salvando las distancias narrativas–, mirarla con un mapa de las familias en las tres temporalidades, terminó traicionando su original camino de thriller doméstico de ciencia ficción. 

Al desenlace se lo devoró su propia ambición de contarlo todo, con, por ejemplo, la introducción de las realidades alternativas, priorizando la acción y los rulos narrativos por sobre el drama familiar. Las ramificaciones en tiempo, espacio y mundos no hicieron otra cosa que aturdir, también en su afán de dar cuenta de varios conceptos filosóficos que sobraron.

  1. Run

Esta comedia romántica de acción tenía todo para ser algo para recordar: los protagonistas Merritt Wever y Domhnall Gleeson son grandes actores, la creó Vicky Jones, socia creativa de Phoebe Waller-Bridge (Fleabag) –quien tiene un pequeño papel en Run– y cuenta con el sello de HBO. Sin embargo, se va a la banquina. 

La premisa de arranque es atractiva: dos exnovios que pactaron huir de sus vidas si las cosas se complicaban, finalmente hacen contacto 17 años después de finalizada la relación y se embarcan en un viaje en tren por EE. UU. 

El pacto de huida, lo que dejan atrás, y el reencuentro ya eran material suficiente para contar una buena historia hasta que un crimen transforma lo divertido y riesgoso de la trama inicial en una tragedia de proporciones, nada interesante. 

  1. Little Fires Everywhere

La serie protagonizada por Kerry Washington (Scandal) y Reese Witherspoon (Big Little Lies) que llegó este año a Amazon Prime Video tenía todas para ganar: ambientada en los 90, con dos grandes actrices protagónicas embarcadas en un duelo sobre dos formas de maternar y de vivir, se fue de eje rápidamente con sus trazos gruesos al plantear las diferencias de clase y género entre las dos. Son ocho capítulos en los que se presenta un flashback que da cuenta de quién pudo haber prendido los pequeños fuegos que terminan con la casa fabulosa del personaje de Witherspoon en llamas y que vemos en la primera escena.

El potencial que tenía revisar la última década del siglo pasado se reduce a referencias directas a consumos culturales y guiños cómicos, cuando tenían todo para profundizar en la moral de esos tiempos: la era Clinton en EE. UU.