Cultura Dron
Por Nano Barbieri
A algunos de mi generación, cuando éramos chicos, nos explicaban los amaneceres de la sexualidad con un libro que se llamaba ¿Qué me está pasando?. A pesar de la confusión que aportaba la combinación de unos gráficos que alternaban caricaturas de bebés y padres con cuerpos desnudos dibujados casi como identikits policiales, era un libro que te ponía en tema. Esa era su mayor virtud para un texto que hoy sabemos no tiene perspectiva de género, ni contempla diversidades sexuales, por ejemplo. Pero la hipótesis central del autor, además del intento de resolver la inevitable incomodidad de hablar estos temas con tus padres, era que la adolescencia era el periodo más desconcertante de la biografía de las personas y que había que darse lugar para preguntar y contestar. Pero sobre todo para preguntar. Ahí empieza todo. Le agradezco eso a aquel viejo libro.
Más acá, Saskia Sassen, una socióloga holandesa crecida en Argentina, nos viene a decir que lo peor de esta época pandémica es que no nos pusimos a pensar, con suficiente seriedad, qué es lo que realmente nos está pasando. Hay una pregunta vacía, una especie de propensión al olvido que trabaja incluso con antelación a la superación de la tragedia. ¿Se puede olvidar lo que todavía no sucedió? Sassen sostiene que lo más llamativo de este momento histórico es nuestra propia incapacidad de reconocer que nosotros también contribuimos a lo que está pasando. ¿Cómo llegamos a esto?
Saskia Sassen es reconocida mundialmente por la introducción del concepto de Ciudad Global, algo así como el nombre que llevan esas grandes ciudades dentro de un territorio nacional, pero desde dónde se implanta una cultura globalizada, estandarizada a nivel mundial.
El tema predilecto de Sassen es la tensión que existe entre las localidades y las globalidades y, en este marco, reconoce como una de las causas de la aparición del virus a las sucesivas destrucciones de nuestros espacios reales, nuestras tierras muertas, aguas sucias y el aire profundamente contaminado. A priori, claro que esto no es una novedad. El hecho es que Sassen no lo mira desde una perspectiva –solamente- biológica, sino acaso como una consecuencia del distanciamiento de nuestros modos de vida con nuestro entorno inmediato. ¿Quiénes emiten y quiénes padecen las consecuencias de nuestra cultura hegemónica? Casi nunca son las mismas.
Sassen habla de la modernidad global para describir un proceso histórico que me parece muy interesante, al tiempo que bastante aterrador. Tiene que ver con un cambio conceptual en el modo del desarrollo global de la economía y, por ende, de la organización de la vida misma. Un cambio de paradigma, ese concepto tan utilizado. Dice Sassen que, hacia finales del siglo pasado, la función económica principal, su razón de ser, digamos, era incluir a la mayor parte del planeta como consumidores y trabajadores. Primero como trabajadores, para luego ser consumidores. Una perspectiva clásica de crecimiento e inclusión. Hoy la lógica no es esa, dice la autora. Vivimos, en cambio, un proceso de expulsión propio de la financiarización de la economía mundial que ya no necesita del crecimiento del consumo porque las posibilidades de generar plusvalía ya no dependen, en esa misma medida, del crecimiento del consumo. En síntesis: el mundo de las finanzas no tiene tierra, no tiene rostros.
Al comienzo de la pandemia –ese presente inmediato que parece sin embargo tan lejano- recuerdo que nos reíamos sobre el reencuentro con la vecindad, con las limitaciones y las virtudes de vivir con lo cercano. Al poco tiempo, fuimos más receptivos, en algunos casos, y más proactivos, en otros, a la vinculación con el entorno inmediato: las calles, las veredas, la recolección de los residuos, el cuidado de los paisajes. Fuimos obligados a co-habitar, supimos que cerca nuestro había respuestas que desconocíamos a algunas de nuestras necesidades o inquietudes. Es mucho más difícil la empatía con lo que no se ve, lo que no se siente.
La globalidad propicia el distanciamiento de las acciones y las consecuencias, la disociación entre la naturaleza y la cultura. No significa esto una romantización de lo mínimo o necesariamente el regreso a la vida comunitaria. Más bien, imagino con cierto optimismo que la pandemia develó, entre otras cosas, un modo de “Cultura Dron”, por así llamarlo, en el que vivíamos disociados de las consecuencias de nuestras acciones. Tal vez este sea, al menos a modo de disparador, un momento de preguntarnos qué nos está pasando. Aun si tan solo fuera un ejercicio reflexivo para encontrar las mismas respuestas de siempre. O quizás, ojalá, para concluir en que algunas de las cosas que nos importaban tanto, o nos parecían imprescindibles, tal vez no nos eran tan necesarias.
Y viceversa.