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Cultura Dron

Por Nano Barbieri

A algunos de mi generación, cuando éramos chicos, nos explicaban los amaneceres de la sexualidad con un libro que se llamaba ¿Qué me está pasando?. A pesar de la confusión que aportaba la combinación de unos gráficos que alternaban caricaturas de bebés y padres con cuerpos desnudos dibujados casi como identikits policiales, era un libro que te ponía en tema. Esa era su mayor virtud para un texto que hoy sabemos no tiene perspectiva de género, ni contempla diversidades sexuales, por ejemplo. Pero la hipótesis central del autor, además del intento de resolver la inevitable incomodidad de hablar estos temas con tus padres, era que la adolescencia era el periodo más desconcertante de la biografía de las personas y que había que darse lugar para preguntar y contestar. Pero sobre todo para preguntar. Ahí empieza todo. Le agradezco eso a aquel viejo libro.

Más acá, Saskia Sassen, una socióloga holandesa crecida en Argentina, nos viene a decir que lo peor de esta época pandémica es que no nos pusimos a pensar, con suficiente seriedad, qué es lo que realmente nos está pasando. Hay una pregunta vacía, una especie de propensión al olvido que trabaja incluso con antelación a la superación de la tragedia. ¿Se puede olvidar lo que todavía no sucedió? Sassen sostiene que lo más llamativo de este momento histórico es nuestra propia incapacidad de reconocer que nosotros también contribuimos a lo que está pasando. ¿Cómo llegamos a esto?

Saskia Sassen es reconocida mundialmente por la introducción del concepto de Ciudad Global, algo así como el nombre que llevan esas grandes ciudades dentro de un territorio nacional, pero desde dónde se implanta una cultura globalizada, estandarizada a nivel mundial. 

El tema predilecto de Sassen es la tensión que existe entre las localidades y las globalidades y, en este marco, reconoce como una de las causas de la aparición del virus a las sucesivas destrucciones de nuestros espacios reales, nuestras tierras muertas, aguas sucias y el aire profundamente contaminado. A priori, claro que esto no es una novedad. El hecho es que Sassen no lo mira desde una perspectiva –solamente- biológica, sino acaso como una consecuencia del distanciamiento de nuestros modos de vida con nuestro entorno inmediato. ¿Quiénes emiten y quiénes padecen las consecuencias de nuestra cultura hegemónica? Casi nunca son las mismas. 

Sassen habla de la modernidad global para describir un proceso histórico que me parece muy interesante, al tiempo que bastante aterrador. Tiene que ver con un cambio conceptual en el modo del desarrollo global de la economía y, por ende, de la organización de la vida misma. Un cambio de paradigma, ese concepto tan utilizado. Dice Sassen que, hacia finales del siglo pasado, la función económica principal, su razón de ser, digamos, era incluir a la mayor parte del planeta como consumidores y trabajadores. Primero como trabajadores, para luego ser consumidores. Una perspectiva clásica de crecimiento e inclusión. Hoy la lógica no es esa, dice la autora. Vivimos, en cambio, un proceso de expulsión propio de la financiarización de la economía mundial que ya no necesita del crecimiento del consumo porque las posibilidades de generar plusvalía ya no dependen, en esa misma medida, del crecimiento del consumo. En síntesis: el mundo de las finanzas no tiene tierra, no tiene rostros.  

Al comienzo de la pandemia –ese presente inmediato que parece sin embargo tan lejano- recuerdo que nos reíamos sobre el reencuentro con la vecindad, con las limitaciones y las virtudes de vivir con lo cercano. Al poco tiempo, fuimos más receptivos, en algunos casos, y más proactivos, en otros, a la vinculación con el entorno inmediato: las calles, las veredas, la recolección de los residuos, el cuidado de los paisajes. Fuimos obligados a co-habitar, supimos que cerca nuestro había respuestas que desconocíamos a algunas de nuestras necesidades o inquietudes. Es mucho más difícil la empatía con lo que no se ve, lo que no se siente. 

La globalidad propicia el distanciamiento de las acciones y las consecuencias, la disociación entre la naturaleza y la cultura. No significa esto una romantización de lo mínimo o necesariamente el regreso a la vida comunitaria. Más bien, imagino con cierto optimismo que la pandemia develó, entre otras cosas, un modo de “Cultura Dron”, por así llamarlo, en el que vivíamos disociados de las consecuencias de nuestras acciones. Tal vez este sea, al menos a modo de disparador, un momento de preguntarnos qué nos está pasando. Aun si tan solo fuera un ejercicio reflexivo para encontrar las mismas respuestas de siempre. O quizás, ojalá, para concluir en que algunas de las cosas que nos importaban tanto, o nos parecían imprescindibles, tal vez no nos eran tan necesarias. 

Y viceversa.  

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Cartas. El temblor que la mano imprime a la letra

Por Gonzalo Marull

Mis sobrinos le regalaron a mi hermana, para el día de la madre, una caja con cincuenta biromes negras trazo grueso. Me contaron que les costó mucho conseguirlas en este contexto de pandemia. A mí me sorprendió el regalo, algo extraño para estos tiempos. Mi hermana, encantada con su regalo, me dice: “¿Por qué te sorprendés? ¿No te pasa de escribir mucho a mano? ¿No tenés esa pulsión irrefrenable? Yo escribo cuadernos enteros. Tengo pilas de cuadernos escritos a mano. Mis hijos me han hecho el mejor regalo del mundo”. Me dio un poco de vergüenza, ya que siendo dramaturgo no tengo el mismo impulso que ella que no es escritora. La pasión de mi hermana por la escritura a mano me recordó un pequeño pasaje del libro Ya nadie escribe cartas de amor de Clara Fontana donde dice: “Hay una comunicación intensa, personal e intransferible que la tecnología no sabe traducir. Es el temblor que la mano imprime a la letra”.  Qué precioso, ¿no? El temblor que la mano imprime a la letra.

Mis amigos Gabriel Calderón y Sergio Blanco estrenaron en estos días una obra teatral en Módena (Italia), a la que llamaron Manifiesto. La motivación dramatúrgica inicial era encontrar palabras que pudieran matar y palabras que pudieran resucitar; palabras que ataquen, palabras que defiendan, palabras que sanen, palabras que devoren. En la puesta en escena final, cada participante tomó un pincel y pinturas especiales y escribió sus frases más potentes en todas las paredes de la sala, que funcionaron como la escenografía de la obra. Trabajaron guiados por Gabriel, que es un experto en caligrafía. Algunas palabras fueron escritas con letra de imprenta y otras en cursiva, con sus tres movimientos: el bastón, el lazo y el túnel. Las imágenes de la obra tienen una potencia extraordinaria. Un manifiesto “graffiteado” en un muro. La escenografía son frases, palabras en cuya forma, por la propia escritura a mano, aparece el temblor, el sudor, el pulso, la vida y la muerte.

La escritura a mano me transporta inmediatamente a las cartas. Durante gran parte de mi vida escribí y recibí cartas. La única persona que me mandaba cartas escritas con máquina de escribir era mi abuelo Antonio. Pero en general todas eran a mano. Desde la aparición de la escritura hasta nuestros días existe la costumbre de envíos epistolares. Circulan cartas que leemos, respondemos, reenviamos, desviamos, encontramos, cartas que nos desagradan, nos seducen, nos acercan, nos rechazan. Que se publican, se guardan, se perfuman, se censuran, se queman. 

Escribir cartas es una práctica social. Es una de nuestras formas de interactuar en el mundo. Las hemos escrito a mano, con máquinas de escribir, y ahora con computadoras o celulares.

Cartearse es relacionarse a la distancia solicitando la participación de otras personas. Al enviar una carta, casi siempre invitamos al diálogo, ya que toda carta está sujeta a una respuesta. La epístola se presta y permite las más variadas formas y contenidos. La carta funciona desde siempre como portadora de noticias o como instrumento de seducción, amistad o malos entendidos.

¿Quién no escribe una carta?  

La carta es un escrito al que nos atrevemos todos y todas, ya sea como escritores o como lectores. Es una actividad heterogénea que supera diferencias. A través de ellas se denuncia, se expresan opiniones, se cuentan cosas personales y avatares cotidianos.  

La carta como objeto, como vínculo hacia el pasado; enviar una carta como un acto de nostalgia, de añoranza por la paciencia y la espera, de añoranza por la expectativa. 

A través de una carta escrita por mi madre a mi abuela, me enteré de las dificultades económicas que tuvo que atravesar mi familia en una época y lo difícil que se le hizo a mi madre criar a sus hijos e hijas, sin su mamá, ni su papá, ni su hermano cerca, y no lo descubrí sólo por el contenido, sino también por el trazo de la letra, los espacios, los borrones, y hasta me atrevo a decir las lágrimas que quedaron impregnadas en el papel. 

Tengo cartas guardadas en un baúl y cada cierto tiempo las desempolvo, las huelo y las releo. Las cartas de amor adolescente me conmueven. Son tan tiernas. 

Hay un precioso libro de Lewis Carrol titulado Alimentar la mente, en donde Carrol da consejos a la hora de escribir una carta y los denomina “Ocho o nueve palabras sabias sobre la escritura epistolar”. 

He aquí algunos puntos:

  • Escribe legible –algo no tan fácil ahora que tenemos nuestra caligrafía en desuso-.
  • Nunca rellenes más de página y media con tus excusas por haber tardado tanto en escribir.
  • La mejor manera de comenzar una carta es respondiendo a las cuestiones que planteaba tu interlocutor en la carta anterior. 
  • Escribe siempre con esa carta abierta delante tuyo. Una vez que hayas contestado a sus preguntas o comentado sus sugerencias, ya puedes escribir libremente sobre lo que quieras.
  • No te repitas.
  • Si tienes que escribir algo que sabes que puede molestar a la otra persona, no la envíes en caliente. Deja descansar la mente hasta el día siguiente y léela de nuevo, para ver si suena demasiado fuerte.
  • De la misma manera, si recibiste un comentario severo, haz tu respuesta menos severa. Si recibiste un comentario amable, responde con uno más amable todavía.
  • No intentes tener la última palabra.
  • Ten cuidado con las bromas, no siempre se entienden por escrito. Si haces una broma, exagérala lo suficiente para que no se pueda malinterpretar.
  • Si dices que adjuntas algo, asegúrate de hacerlo. Si pones que le devuelves dinero o le envías un documento, tómalo en ese momento y mételo dentro del sobre.
  • Si estás acabando una hoja y tienes más cosas que decir, toma una nueva. ¡Nunca jamás escribas en los márgenes en vertical!
  • La posdata es una invención muy útil, pero no es el lugar para revelar el quid de la cuestión.
  • Cuando quieras enviar una carta, llévala en la mano hasta el buzón. Si la metes en el bolsillo, te olvidarás de ella.

Mientras escribía esta columna me llegó un mensaje de mi amiga Elisa Gagliano que decía: “Cartas para escuchar”. El mensaje contenía un pódcast en donde actrices y actores leen cartas escritas por reconocidas personalidades de la historia mundial. Se llama Epistolar y es una belleza, un caramelo dulce para palear la amargura. Así como la mano puede producir un temblor en la letra, la voz la anuncia y la encarna al mismo tiempo. Como si la palabra escrita en una carta fuera lo más parecido a una palabra teatral, que es una palabra que busca la carne, para ser incorporada, para ser representada. Y esa encarnación es el momento en que el creador entra en la creatura, el artista en su obra, es el momento en que lo infigurable viene a la figura, lo indecible viene al discurso, lo inmenso llega a la medida.  

Voy a hacerle caso a mi hermana. Y quiero compartirlo con ustedes. Donde me estén escuchando o leyendo, en medio de este contexto tan adverso de pandemia, hagan una prueba: busquen una hoja en blanco, una birome, lapicera o pluma, pueden poner algo de música. Detengan el tiempo, respiren, encuentren un lugar cómodo. Relean los consejos de Lewis Carrol y elijan uno. Piensen en alguna persona amada y, como si estuvieran pintando, impriman ese temblor a la letra, den rienda suelta a esa palabra que busca indefectiblemente ser encarnada:

Córdoba, 25 de octubre de 2020. 

Querida Vikinga… 

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Los animales de escorpio

Por Lu Gaitán

Hoy voy a hablarles del signo de Escorpio, más específicamente de los animales asociados a este signo, que no es uno sino varios. Y eso ya nos da una pauta de la complejidad de esta energía. 

El escorpión es uno de ellos y el más obvio también. Son mayormente nocturnos y tienden a ser solitarios, son capaces de no comer nada por mucho tiempo y acechan a sus presas durante largo rato, antes de lanzarse sobre ellas. Este bicho es excesivamente reactivo y algunas especies tienen un veneno tóxico para los seres humanos. Tengo recuerdos de haber estado acampando en la provincia de Córdoba y que me hayan advertido mil veces que revisara las zapatillas, la carpa y la bolsa de dormir para chequear que no hubiera ninguno de estos especímenes. Es que iban a creer que yo los estaba atacando, me iban a picar y yo simplemente me estaba poniendo las zapatillas. Algo así sucede con algunas personas de Escorpio: para ellos, la vida es un peligro, hay que estar alerta, no se puede confiar en nadie y, ante la duda, lo mejor es atacar. 

Otro de los animales escorpianos es la serpiente. Desde el cristianismo en adelante, es el símbolo del mal, la que trae el pecado y la tentación. La personalidad escorpiana tiene fascinación por todo lo que es tabú y el sexo es aún algo muy misterioso para la mayoría de nosotrxs. Escorpio es, en efecto, un signo vinculado al sexo y las pulsiones. Para el cristianismo es el pecado, pero esta visión sobre la serpiente no es igual para todas las culturas. Para los hindúes, en la base de la columna vertebral está la kundalini, la serpiente que se activa con práctica de yoga, ejercicios de control de la respiración, baile o tantra. De este modo, la serpiente que está dormida en la base de la columna llega hasta la coronilla, la parte de arriba de la cabeza que nos abre a dimensiones sutiles. Por otro lado, en la zona de México, Guatemala y Honduras, se veneraba a la serpiente emplumada. Ella era la divinidad de la luz, la sabiduría, el conocimiento, y encarnaba el encuentro de las polaridades. También hoy es el símbolo de la medicina en la Vara de Esculapio.  Esculapio era un practicante de medicina, discípulo de Quirón. Escorpio nos trae la sabiduría de que aquello que nos envenena y aquello que nos cura son lo mismo, pero dependerá de la dosis que tomemos. 

La serpiente también está presente en Ouroboros, ese animal que se come la cola, cuyo significado es la unión de los principios y los finales. En esta misma línea, está Áuryn, el talismán que aparecía en La historia sin fin. En la contracara de este objeto de poder, hay una inscripción que dice “Haz lo que quieras”. Son dos serpientes mordiéndose la cola y entrelazadas, que representan la relación que hay entre el mundo “real” de los humanos y el mundo de Fantasía. Mientras ambas serpientes muerdan sus colas, ambos mundos seguirán vivos, pero si llegaran a soltarse, vendría el fin de los dos. 

Este talismán da a su portador protección absoluta, ya que ningún ser de Fantasía se atrevería a atacarle. Cuando lo lleva un ser humano, el Áuryn cumple sus deseos hasta llegar a su verdadera voluntad, sin embargo, la persona que porte este talismán corre el riesgo de olvidar el mundo real por completo y ya no pueda volver. Tal vez esta sea una metáfora cinematográfica de que algunos deseos pueden nublarnos la visión y perdernos por completo. Como quien es devorado por su propia ambición. Esto también es Escorpio. 

La serpiente tiene su centro de gravedad bajo, normalmente se mueve reptando y se desplaza pegada al piso. Su cuerpo está formado por una cadena de vértebras, que le permite movimientos ondulados y flexibles y estos movimientos la vuelven sumamente atractiva y magnética, igual que muchas personas con energía de Escorpio en su carta natal. Las serpientes cambian la piel de una sola pieza y lo hacen como una forma de reparar heridas, para liberarse de parásitos y también porque van creciendo y la piel les queda chica. La serpiente, por su cambio de piel, simboliza la capacidad para renacer o, dicho de otro modo, de cambiar profundamente. 

Creo que hay un punto en común en todo esto y aplica a algunas personalidades escorpianas: tienen la capacidad para dejar ir aquello que no tiene más nada para darles, no le temen al cambio y muchas veces se ven en situaciones de lucha por el poder a las que se enfrentan sin titubear, por eso necesitan la protección de Áuryn. Detrás de esa fortaleza, hay un grado de sensibilidad muy alto y se someten a situaciones muy extremas, casi batallas épicas. Saben que la muerte está acechando y está siempre cerca. Tienen una gran potencia que las lleva a hacer lo que les dé la gana. Son personalidades deseantes, se mueven motivadas por el anhelo de conquista, pero también pueden pasar muchísimo tiempo replegadxs, lamiéndose las heridas o esperando el momento correcto para actuar. Son estrategas. También pueden tener un lado esotérico potente, ese que lxs lleva a explorar las profundidades de su ser y las de los demás. Son sanadorxs y su forma de sanar puede ser alopática, cortando de raíz aquello que genera dolor, pero también pueden ir por la vía homeopática: confiando en la propia capacidad de los seres humanos para sanarse, dando eso mismo que genera el dolor, pero en una dosis pequeña. Esto genera saturación y parece que los síntomas empeoran, pero luego la persona logra su propio equilibrio. Además, es interesante mencionar que muchas veces se utiliza el veneno de algunas serpientes y escorpiones para el desarrollo de medicinas. 

Otro animal asociado a Escorpio es el águila, un ave que ha sido utilizada como símbolo en algunas naciones. El águila es un animal que tiene muchísima fuerza y es capaz de levantar a una presa más pesada y grande que ella. También tiene una visión híper aguda y, de hecho, hay una variedad de águilas que tiene dos puntos focales en sus ojos, uno para mirar de frente y otro para mirar hacia los costados. Las águilas tienen un pico y unas garras que pueden desgarrar a su presa fácilmente. Si hay algo que tiene Escorpio, es la capacidad para sacarles la ficha a las personas que se le acercan. Cuando la personalidad escorpiana sale de la forma de comportamiento reactiva, sabe bien cuándo y dónde apuntar, sin malgastar su energía, pero cuando lo hace, es implacable.

Y ahora entramos en el terreno de los animales míticos. El dragón parece ser una mezcla de serpiente y águila y fue visto como un peligro en la cultura de Europa, pero fue considerado benévolo en Oriente. Es una criatura gigante, con escamas, aspecto de reptil y alas. Su sangre es venenosa y lanza fuego por la boca. No querés estar cerca de un Escorpio enojado, porque puede decir y hacer las cosas más crueles y punzantes del mundo. Los dragones rara vez viven en manada y prefieren la soledad. Aquí hay algunos elementos que se repiten con los otros animales. En Occidente, el dragón siempre está en situación de batalla contra sí mismo o contra algún humanx. El dragón puede ser un guardián o una bestia furiosa. Para el cristianismo, el dragón es una encarnación del mal, por eso es muy frecuente que sea representado siendo vencido por el Arcángel Miguel o San Jorge, dos personajes que, dicho sea de paso, son muy poco suavecitos y delicados. Para enfrentarse a una bestia de estas características, es necesario un gran coraje. Incluso pareciera ser que el Arcángel Miguel y San Jorge son también escorpianos. Además, el dragón era un símbolo de regeneración: asesinarlo hacía que la tierra se fertilizara. Otra vez la lógica de la vida y la muerte entrelazadas. El dragón de Oriente no escupe fuego por la boca, pero tiene un gran poder espiritual, conocimiento y fuerza. Una personalidad escorpiana, cuando ya hizo un trabajo de conciencia, puede ser de gran sabiduría y dar muy buenos consejos. Los dragones son los animales que cuidan un orden sagrado, es decir, lo que va más allá de nuestro mundo habitual y cotidiano. Las personalidades de Escorpio tienen esta cualidad: pueden ser salvajes y agresivos, pero también conectados con lo trascendente. 

Finalmente, nos encontramos con el Ave Fénix, que tenía algunos dones: sus lágrimas eran curativas, su fuerza era sobrenatural, tenía control sobre el fuego y gran resistencia física. Esta ave ha sido un símbolo del poder del fuego y la purificación, también de la inmortalidad. Y esto del renacimiento es muy habitual en las personalidades escorpianas, que atraviesen situaciones muy extremas y, luego de ellas, vuelven a nacer.

Todo esto que acabo de decir aplica a Sol, Ascendente, Luna, planetas o nodos en Escorpio, en Casa 8, así como planetas en aspecto a Plutón.

Bienvenidxs a la temporada Escorpio. Nada será igual una vez que haya terminado este periodo.  

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El Juicio de los siete de Chicago: las buenas prácticas del progresismo

Por Juli Fantini

Lo primero que hay que advertir respecto al dramaturgo, guionista y director Aaron Sorkin es que sus historias nunca son realistas, por más que se basen en hechos reales. Sorkin parte, de manera habitual, de un hecho real que pasa por el filtro de un idealismo progresista, propio de la elite de poder a la que pertenece, con una clara tendencia a declamar un deber ser que a veces funciona y otras no. 

Desde la estupenda Cuestión de Honor a Los siete de Chicago, el guionista dejó varias joyas para admirar como The West Wing (El Ala Oeste de la Casa Blanca, serie no disponible en el streaming argentino) o La Red Social (película sobre Zuckerberg y el origen de Facebook). Pero también escribió un par de series que se ocupan de la TV como Studio 60 on Sunset Street y The Newsroom, que fueron criticadas fuertemente por su exaltación de un mundo ejemplar muy severo con lo que efectivamente pasa en estudios y redacciones: la rivalidad entre buenos y malos está demasiado subrayada como para generar verosimilitud y potencia narrativa.

El Juicio de los siete de Chicago es la segunda película que dirige. La anterior fue Molly’s Game. La película iba a ser dirigida por Steven Spielberg, pero esto no pudo ser, aunque algunos momentos, sobre todo los melodramáticos, evocan el estilo spielberiano. 

Esta película estrenó en Netflix el viernes 16 de octubre y condensa, con sutileza, todos los elementos del universo Sorkin: un grupo de hombres extremadamente inteligentes, cuya articulación al hablar es ejemplar y que, al mismo tiempo, lo hacen a una velocidad imposible. También está el hecho judicial que sirve de cuento moral para pensar el presente de manera crítica. 

El Juicio de los siete de Chicago no tarda ni 20 minutos para entrar en acción. Este juicio ya ha sido motivo de otras películas y documentales por su importancia histórica en la política estadounidense. 

En concreto, se ambienta en el año 1969 y narra el juicio a siete manifestantes y activistas acusados de conspirar contra la seguridad nacional durante las protestas contra Vietnam, en el marco de la fallida Convención Demócrata de 1968. Lo interesante del abordaje que hace Sorkin es pensar la famosa contracultura política de fines de los años sesenta con un nivel de profundidad que resuena en el presente. 

La escenificación del juicio, fiel a lo mejor que ha hecho Hollywood al respecto, incluye unos flashbacks que explican cómo llegaron hasta ahí y lo central es lo injusto de la acusación. En ese marco, no se priva de marcar las diferencias entre las facciones de la izquierda o el progresismo de la época, a través de los posicionamientos ideológicos de los acusados. Esto, sobre todo, queda plasmado en la relación entre los personajes de Sacha Baron Cohen que interpreta a Abbie Hoffmman y el de Eddie Redmayne en la piel de Tom Hayden, cada uno parado en las antípodas del cambio de sistema en discusión: revolución desde afuera o reforma desde adentro.

Pero más allá de quiénes están sentados en el banquillo, es la guerra de Vietnam y el movimiento antibélico lo juzgado. Como bien lo expresa el personaje de Baron Cohen: el juicio es político y lo que está en cuestión son las ideas de los siete. 

La locura y la arbitrariedad bélica llegan a la sala de audiencias con escenas que cuesta creer que hayan sucedido, pero que no se alejan de los hechos, como cuando uno de los acusados –luego desestimado- es amordazado para evitar el desacato: el caso de Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen II), presidente nacional del partido Pantera Negra.

La escenificación del juicio le cae perfecto a Sorkin para poner en acción toda su experiencia como dramaturgo, en las dinámicas de los enfrentamientos entre las dos fuerzas en pugna. En este punto se luce el más malvado de los personajes, el juez Julius Hoffman, representante paranoico de la rancia tradición conservadora judicial que existe en todas partes (y épocas) del mundo, interpretado por un Frank Langella soberbio. 

Dato, no spoiler: tal como lo había determinado el gobierno de Johnson, la investigación posterior culpó directamente a la policía y al alcalde de Daley por los desastres ocurridos en las calles. El juicio en sí quedó como una de las grandes vergüenzas nacionales de los estadounidenses. 

El director supo retratar este juego de poder, al utilizar elementos centrales de una democracia en pleno funcionamiento de sus instituciones, que es puesta en jaque: el freno a los abusos gubernamentales, el derecho de protesta, la invulnerabilidad de la libertad de expresión, la funcionalidad de los servicios de inteligencia, entre otros. 

“¡El mundo entero está viendo!”, gritan las personas que apoyan a los acusados frente al tribunal. Esta frase se repite en otros diálogos. Y también resuena hoy, a días de las elecciones en EE. UU., que pueden darle continuidad a la presidencia de Donald Trump. 

Y, si bien Sorkin muestra los atropellos a través de los actos concretos de la justicia a favor de la política de turno, El Juicio de los siete de Chicago es una profunda meditación sobre la genuina contracultura y sus personajes, más allá del grupo de fumones radicales obsesionados con el amor libre, que suele ser la representación más habitual en las películas que recrean la época. 

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Carteles

Por Nano Barbieri

No es la primera vez que recuerdo esta imagen, pero vuelve una y otra vez. 

En el año 2002 leí un cartel en pleno centro de La Paz, en Bolivia, que me pareció obsceno, casi pornográfico. Se veía de espaldas a un hombre en mameluco limpiando los vidrios de un edificio espejado, muy moderno. Al costado de la imagen, había una leyenda que preguntaba: “¿De qué lado quiere que trabaje su hijo?”. Lo firmaba la Universidad del Valle: una excelente formación significa más y mejores oportunidades

Me acuerdo también de que tuve la sensación de que los límites de la tolerancia a la violencia se habían estirado al infinito. El legado colonial estaba intacto, imperturbable, a la vista de todo el que levantara la mirada.  

Un cartel –explican los publicistas– necesita de dos certezas: atracción y síntesis conceptual. Y los carteles reflejan de alguna manera los puntos de sutura de las sociedades, las fronteras. Es muy raro que un cartel genere repudio, son muy pocos los casos en que producen un rechazo manifiesto: ese sería un fracaso imperdonable de la publicidad. Digo esto porque podría afirmar, sin correr demasiados riesgos, que todos los carteles de la vía pública comparten una idea de lo predecible, de todo aquello que está socialmente aceptado como una realidad compartida. Bien o mal, de acuerdo con ellos o no, los carteles evocan, demuestran, sugieren, pero siempre dentro del universo de lo socialmente compartido. Y, en este sentido, son un verdadero síntoma.

En aquel 2002, el presidente de Bolivia era Gonzalo Sánchez de Lozada. Goni. Probablemente uno de los personajes latinoamericanos que mejor encarnan la idea del cipayo: un empresario al servicio de los intereses de extranjeros para América Latina que no podía hablar el español sin acento norteamericano. Parecía una humorada, un chiste de mal gusto. Era la imagen del desprecio por lo latinoamericano y de la subordinación absoluta de los pueblos originarios. Basta con ver segundos de algún video en YouTube para entender la dimensión de esa extranjerización. Si lo viéramos en una serie de Netflix, diríamos que su personaje está sobreactuado. ¿Cómo no iba a ser posible colgar un cartel como aquel?

No quisiera extenderme demasiado en esto, pero este es el contexto en el que Evo Morales se transformó en el primer presidente indígena de la historia en un país con más del 60 % de población originaria. Sucedió casi 180 años después de la declaración de la independencia. 

El ejemplo boliviano desafía la mirada estática de la histórica, sin lugar a dudas, pero también pone énfasis en un tema muy contemporáneo de discusión que es la profesionalización de la política. ¿Qué características debe tener un presidente? El clásico sociólogo Max Weber reconocía en el siglo XIX a tres tipos de liderazgos puros, en un sentido analítico. A grandes rasgos: el legítimo, al que la ley le otorga el poder; el tradicional, aquel que hereda ese espacio de autoridad; y, por último, el líder carismático, cuya característica principal es la capacidad de generar simpatía, entusiasmo y credibilidad en su figura. En general, los referentes surgen de la combinación de estos tres tipos de liderazgos, pero en América Latina se banalizó especialmente la condición carismática de algunos líderes relegando la importancia de esa característica inseparable de la política. ¿Puede aprenderse el carisma? ¿Puede acaso ser impostado y efectivo a la vez? ¿Qué tipo comunicación es carismática?

La falsa dicotomía de lo racional frente a lo popular tiene una extensa historia de desprecio, tal vez llevada al extremo en el binomio civilización o barbarie. La política como un lugar de expertos occidentales había relegado por siglos a la voluntad popular boliviana a fuerza de violencia física y política, con una perspectiva insoportablemente racista. Hasta que un día no. Y otro día, tampoco. Y ya no pareciera haber retorno. 

Todo es presencia, todos los siglos son este presente, decía el mexicano Octavio Paz. Toda actualidad está densamente cargada por los acontecimientos anteriores. ¿Cuántas luchas, o cuántas batallas en apariencia marginales estarán hoy gestando una nueva realidad? ¿Cuántas naturalidades serán insoportablemente trágicas en el futuro? 

Aquel mismo 2002, el año del cartel, el del malo de Goni en la presidencia, escuchamos a Evo Morales en un aula de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Había viajado a dar una charla. Tal vez éramos doscientos, trescientos, no más. Era un hombre bajo, tranquilo, claro. Carismático. Muy carismático. 

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Una mentira que dice la verdad

Por Gonzalo Marull

No recuerdo el día en que me enteré de que Papá Noel no existía, tal vez porque fue peor el día, en el que me enteré de que en realidad eran papá y mamá los que traían los regalos. Sí recuerdo, en cambio, el día en el que una profesora de Semiótica en la universidad nos explicó, ejemplificando con Papá Noel, la idea de denegación teatral. La profe nos decía: “Ustedes saben que Papá Noel no existe, pero aún así juegan como niños a mantener el ritual como verdad”. Tomando la definición de la semióloga teatral Anne Ubersfeld, que afirmaba que la denegación es el proceso a través del cual el teatro se presenta como algo real, pero al mismo tiempo también nos manifiesta que es un signo, un simulacro, una ilusión. Como si el teatro nos dijera: “Lo que ven en escena es mentira, pero jueguen con nosotros a creer que es verdad”. 

Esta idea de denegación siempre me transportó a mi infancia. Mi abuelo quedó ciego cuando yo era muy chico. Mi primer encuentro con la lectura en voz alta fue leer para él. Le leía principalmente el diario, y cuando un titular le interesaba me pedía que lo desarrolle. A mí me encantaba la sección de deportes y él, muy pícaro, lo sabía. Ahí me hacía desarrollar mucho. Cuando estaba muy entusiasmado solicitaba la descripción de alguna foto. ¡Qué gran tarea era esa! Detallar el espacio, los personajes, las miradas, la situación. Muchas veces me fui por las ramas. Describí el fuera de cuadro, cosas que no estaban, personajes que yo imaginaba. Mi abuelo lo sabía, se daba cuenta, pero muy entusiasmado me pedía que siguiera, denegaba, jugaba a creer que la foto era así como yo la describía. Hicimos con él un pacto de “imaginadores”, un pacto de “fingidores”.

Por eso hoy creo que la noción de pacto es fundamental para poder jugar a creer.

En mi adolescencia fue terrible la desilusión que sentí el día que me enteré que los Milli Vanilli, esos dos chicos hermosos, con ropas estrambóticas, largas rastas y pasos de bailes enérgicos y sensuales, cuyas canciones me hacían vibrar, no eran en realidad los que cantaban las canciones, sino que nos habían engañado durante un par de años. Al principio sentí que habían roto un pacto conmigo. El pacto de verdad. Estaban en la tele, en un videoclip en Rock and Pepsi, ¿por qué pondría yo en duda algo tan legitimado? Hoy, mucho tiempo después, sigo escuchando las canciones de los Millli Vanilli y las disfruto mucho, y me transportan y me hacen bailar, como si hubiese denegado la ruptura del pacto. Solo puedo pensar en esos dos chicos hermosos que salían en los videos, pero que en realidad no eran ni los compositores, ni los verdaderos cantantes. Y no tengo la menor idea de quiénes grabaron con sus voces esas canciones, ni quiénes las compusieron, ni mucho menos por qué quedaron fuera de la pantalla –la bella película chilena Nadie sabe que estoy aquí, que está en Netflix, puede ser esclarecedora en este aspecto: estamos inmersos en una feroz sociedad del espectáculo-. Irónicamente, una de las canciones más populares de Mini Vanilli decía: “Girl you know is true” (Nena, sabes que es verdad).

Se me vino a la mente enseguida el personaje de Mia Farrow que en La Rosa Púrpura del Cairo decía: “Conocí a un hombre maravilloso. Es un personaje de ficción. Bueno no se puede pretender tener todo en la vida”.

Ya de adulto tuve una epifanía, una revelación, vi una película que me marcó mucho: F for fake de Orson Welles. Un ensayo fílmico dedicado a varias posibilidades temáticas, así como a historias de vidas más o menos coincidentes: la de un falsificador de arte, la de un falso biógrafo de un magnate multimillonario, la del propio Welles, la de un cineasta a quien Welles compra metraje ya filmado y reutiliza, junto a un cuento amoroso entre Pablo Picasso y Oja Kodar. Cada arista dispara hacia las demás, todas se tocan, ninguna es sin las otras, tampoco pueden explicarse por separado. Si recordamos la puesta en escena que Welles ya planteaba en Citizen Kane, con la réplica sin límites de su personaje central retratado entre dos espejos, puede encontrarse un punto de apoyo. Ese pulso motriz repercute en F for Fake, a través de la explosión de historias que conviven y ponen en tela crítica los modos de la representación: el raccord se revela la mayoría de las veces falso, los decorados y diálogos derivan en transiciones de escenas imprevistas, no hay relación diegética “segura” entre lo visto y lo oído, tampoco común acuerdo en cuanto a un previsible género narrativo, ni mucho menos sobre lo que significan esos rótulos divisorios que se dicen “ficción” y “documental”. No en vano Welles se presenta aquí como un mago, practica la prestidigitación y articula imágenes y sonidos desde una moviola (y devela, de paso, el “truco” del cine). Así como en Citizen Kane, los espejos que rebotaban sobre él devuelven acá las imágenes del falsificador y el biógrafo, con sus historias verídicas sobre pinturas o libros apócrifos. 

¿Qué es el arte? ¿Alguien puede confirmarlo? ¿Importa la autoría? La obra de un falsificador ¿es arte? Welles interroga todo, lo complejiza, y pone en cuestión los parámetros estéticos. Pero fundamentalmente nos interpela a nosotros espectadores, y nos hace replantear lo que asumimos como cierto, como verdad, como certeza. Welles nos obliga a hacernos preguntas, a valorar la complejidad de una pregunta y la fragilidad de una respuesta.  Y luego de ver la película salimos transformados. 

El extraordinario dramaturgo húngaro George Tabori, antes de morir a sus 93 años, en una entrevista en su país, cuenta cómo descubrió el teatro: “Mi papá me llevó una tarde al circo. Yo era pequeño e inocente, tendría unos cuatro años. Tras unos números de payasos y animales de los que ni me acuerdo, una muchacha joven subió con gran agilidad por una cuerda hasta un trapecio altísimo. Se balanceó en el aire, dio dos o tres volteretas y en una de ellas resbaló del trapecio y cayó al vacío atravesando la red. La gente gritó. Yo me hice pis encima. Ella quedó extendida en el suelo, manchando de sangre la arena. Durante mucho tiempo, en mi inocencia, creí que eso era el circo y también el teatro: cada noche una muchacha subía hasta el trapecio para precipitarse al vacío; siempre una distinta; siempre algo nuevo, irrepetible y peligroso. Luego de muchos años de dedicarme al teatro, y mirar el mundo con los ojos de un niño descubriendo siempre cosas nuevas,  entendí que el teatro es una mentira que todas las noches dice una verdad nueva, irrepetible y peligrosa”.

Una mentira que dice la verdad, como si en el fondo en el arte no se pudiera mentir, como si el arte (junto a la filosofía) fueran el antídoto ante tantos discursos de certezas absolutas, ante tantas noticias falsas, ante tanto enfrentamiento por ver quién tiene la verdad que permita dominar, colonizar, someter, oprimir. 

Podemos aprender en el arte a ver el mundo de una manera distinta que aquella que se nos pide que usemos para ver el mundo. Cuando el arte es intenso y nos atraviesa, se produce una modificación en la mirada, quedamos con más preguntas que respuestas y esa es la mayor contribución del arte a la libertad de pensamiento, que junto a la educación y la filosofía, nos brindan herramientas sólidas para combatir la desinformación, desactivar la mentira del poder, y establecer pactos de ficción (o de verdad) que nos sostengan la ilusión y nos permitan, como en un eterno ritual, jugar a creer. 

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Una mirada al 2021

Por Lu Gaitán

Creo que todes estamos esperando que se termine el año 2020, con la secreta esperanza de que el fin del año gregoriano y el comienzo de uno nuevo nos saquen de esta situación. El año 2020 fue el año de la triple conjunción en el signo de Capricornio. Plutón, Júpiter y Saturno reunidos en ese signo. Lxs astrologxs que nos dedicamos a investigar los procesos colectivos desde la astrología sabíamos que este año iba a ser un año difícil. La mayoría de las predicciones giraban en torno a recesión económica, crisis política y pérdida de libertades individuales. Algunxs astrologxs predijeron la pandemia, pero creo que la mayoría (y me incluyo ahí) no sabíamos bien cómo se iba a dar todo esto. También sabíamos que esa triple conjunción en el signo de Capricornio iba a tener especial peso en los países que tuvieran energía Cardinal (Aries, Cáncer, Libra y Capricornio), como Argentina, Estados Unidos, Inglaterra, etc. Para lxs que no saben, se calcula la carta natal de un país con base en la declaración de la independencia o la última constitución. Cada país con lo suyo, pero todos con la triple conjunción soplándoles la nuca. La triple conjunción también marca el comienzo de un ciclo de casi 40 años. Por eso, muchas veces llamé al año 2020 como el Año de la Semilla, donde ponemos la semilla del nuevo ciclo.

Hice toda esta introducción para que se entienda lo que se viene en el 2021. El 2021 va a estar caracterizado por la conjunción de Saturno y Júpiter en el signo de Acuario haciendo cuadratura a Urano en Tauro en el primer semestre del año. Hay múltiples lecturas que podemos hacer sobre este tránsito y probablemente todas sean complementarias. Yo creo que esta cuadratura sumada al nodo norte en Géminis va a traer una emigración de la ciudad al campo y a ciudades más pequeñas. En Argentina, tenemos toda la población concentrada en la Ciudad de Buenos Aires y área metropolitana por cuestiones económicas, educativas y culturales. Y políticas, obvio. No solo tenemos una gran densidad poblacional, sino que además tenemos escasa cantidad de espacios verdes. Esta ciudad fue construida en contra de la naturaleza, siguiendo el paradigma civilizatorio de occidente de que la naturaleza tiene que ser vencida. Pero ¿qué pasa ahora que pasamos la mayor parte del año 2020 encerradxs en departamentos y desarrollamos el llamado “síndrome de la cabaña”? Este síndrome fue explicado a partir de la forma de vida del norte de Europa, donde los encierros son prolongados, así como el aislamiento y la falta de contacto con la naturaleza. Tal vez podríamos llamar a este conjunto de síntomas, el “síndrome del monoambiente”: irritación, apatía y desgano son algunas de las formas en que se manifiesta. Falta de sol.

Por otro lado, cuando esta pandemia comenzó, muchas personas empezaron a temer la falta de alimentos. A eso le sumamos una revisión total en los consumos: ¿hace falta tener tanta ropa?, ¿qué es lo que más extrañamos durante el encierro?, ¿fueron los shoppings, el transporte en hora pico? Probablemente, no. Hace un tiempo hice unas encuestas en mis redes sociales y la mayoría de la gente extrañaba estar al aire libre y los abrazos con sus seres queridxs. Como conclusión, diría que la cuarentena nos llevó a revisar nuestras prioridades e ir a lo que cada unx considera esencial. Generalizando, sería el alimento, el aire puro, el sol y los afectos.

Ahora ya lo olvidamos, pero a principios de esta cuarentena estábamos flasheando con los animales reconquistando los espacios urbanos: los patos por Avenida Libertador, los lobos marinos en Mar del Plata, los caballos en la ruta y los cisnes en Venecia. Así que empiezo a registrar entre las personas de determinado poder adquisitivo y con cierto ideario hippie y sustentable la posibilidad de crear formas colectivas de vivir, bien al modo acuariano, que sean en armonía con la naturaleza y donde además haya producción sustentable de alimentos, pues Tauro. Por otro lado, en Argentina empiezan a aparecer noticias de apropiación de tierras, producto de la crisis económica y habitacional. Existe la chance de que esta situación se profundice durante el 2021.

Y un dato no menor es que este segundo semestre del 2020 se hizo evidente que, durante el encierro, fue deforestada e incendiada una gran cantidad de territorios y también surgió la posibilidad de instalar granjas industriales de chanchos en algunos sectores de Argentina. Todo esto es producto del agronegocio y las especulaciones inmobiliarias. La respuesta desde adentro del sistema productivo que nos llevó a esta pandemia es seguir saqueando territorios y modificar el trigo para que sea resistente a las sequías y a los agrotóxicos, pero nunca es fomentar la agricultura familiar y cooperativa, sin agroquímicos ni modificaciones genéticas y con precios justos. Esta tensión entre modelos productivos colaborativos y lógica salvaje del mercado va a seguir durante el año que viene.

Las cuadraturas son ángulos de 90 grados que nos hablan de tensión. La cuadratura de Saturno y Júpiter en Acuario con Urano en Tauro también traerá la temática de la salud pública. O, mejor dicho, ¿cuál es el espacio para las libertades individuales y la posibilidad de que cada persona decida qué es lo mejor para sí misma en tensión con las necesidades colectivas? La expresión más obvia de esto es el llamado movimiento anti vacunas que viene creciendo en el mundo. ¿Qué es lo que va a pasar cuando salga la vacuna contra el COVID y sea obligatorio vacunarse? Júpiter y Saturno en Acuario podría ser traducido como la ideología y la autoridad basadas en la ciencia y en el progreso científico en tensión con la libertad de los cuerpos de Urano en Tauro. Saturno ya estuvo en Acuario durante algunos meses del 2020 y, durante ese tiempo, se barajaron varias opciones: la posibilidad de que el Estado controle absolutamente todos nuestros movimientos con un chip implantado bajo la piel o sensores que registran la temperatura corporal incluso antes que nosotrxs mismxs. Suena tentador porque de este modo podríamos prevenir unas cuantas enfermedades. Pero también suena aterrador, al menos para mí. Y tal vez el problema sea que estamos haciendo una polarización que es falsa. En una vereda ponemos al Estado, que registra absolutamente todo lo que hacemos, usando la tecnología (hola, Acuario), y en la vereda opuesta dejamos que cada unx haga lo que pueda, según su decisión y su poder adquisitivo. Si tenés recursos, buenísimo y, si no, vos fijate. Acuario no solo es el signo de lo comunitario, también es de lo elitista. Nunca nadie dijo que Acuario fuese una energía fácil de definir. 

Si nos ubicamos en los polos, nos perdemos de un montón de posibilidades. El medio que imagino pide que cada unx se haga responsable de su cuidado, pero para eso hace falta información y aprender a registrarnos. Por ejemplo, el virus con el que estamos lidiando ahora genera síntomas muy parecidos a un resfrío común o una alergia. ¿Cómo puedo saber si es uno o es otro? Con data y con testeos que sean de fácil acceso. “Saber es poder” y eso no aplica solamente al Estado que eventualmente tendrá toda nuestra información centralizada a través de la tecnología. “Saber es poder” también podría ser el reconocimiento de los síntomas de que algo no anda bien en nosotrxs y concurrir a los hospitales solo si lo necesitamos. Sería algo así como aprender a autogestionarnos y, sobre todo, como dijo Ceci Valentini de @somosciclicas, aprender sobre la intergestión. Entonces, les preguntamos a personas en las que confiamos o intercambiamos saberes medicinales con nuestra red. La cuadratura de Saturno y Júpiter en Acuario con Urano en Tauro también trae la posibilidad de pensar en la medicina desde otro lugar, no solo como paliativo, sino como medicina preventiva, que haga un especial énfasis en los alimentos que consumimos, entendiendo que ahí tenemos vitaminas y minerales y la capacidad para defender nuestro sistema inmune.

Pero para eso vamos a tener que cuestionar la forma en que producimos alimentos y ese va a ser uno de los grandes debates del 2021: es sabido que los alimentos ultraprocesados que consumimos y los agroquímicos que están presentes en nuestra comida no solo no nos alimentan, sino que además nos enferman. Esto es todo por hoy. La seguimos. Abrazo 

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The 40-Year-Old Version, ¿dónde está la libertad?

Por Juli Fantini

La película de Netflix escrita, dirigida y protagonizada por Radha Blank es una síntesis entre Woody Allen, Spike Lee y Norah Ephron en tiempos del Black Lives Matters, con una ternura inconmensurable.

La mayor virtud de The 40-Year-Old Version es la creación de un mundo propio. La historia es la de una mujer negra con sobrepeso que supo ser una promesa del teatro como dramaturga antes de cumplir los 30. La pérdida de su madre y el tiempo transcurrido –un año de duelo– la llevan a preguntarse si, bajo las difíciles circunstancias, aún puede ser una artista.

Así, se abren tres caminos: “transar” con el mainstream de Broadway (que valora su talento, aunque le pide demasiado a cambio), incursionar en el teatro independiente del barrio, o patear el tablero y volver a su hobby de la adolescencia: el hip hop.

Estos dilemas profesionales de una persona a punto de ingresar en la normativa mediana edad –los 40– no son el tema central de la película, sino el contexto del desarrollo de la pregunta fundamental que atraviesa a Radha (persona y personaje comparten nombre): si puede o no tomar el control de su vida. Y cómo.

Este conflicto no se cuenta desde la típica estructura de la comedia romántica –aunque retoma algunos elementos de las mejores del género–, sino que asume un tono paródico que apela a la ternura, la empatía y el sentido del humor para narrar el dilema vital.

Con esos recursos, Blank elude el esquema del camino del éxito –tan propio de la meritocracia del “american way of life”– para asumir los grises como componentes del cuento de autoconocimiento de esta mujer afroamericana en un mundo de blancos –la escena teatral de Nueva York, esos que le ponen el precio y las medidas a las cosas–, a quien se le abre la posibilidad de subvertir un orden personal que, ya lo sabemos, es político.

Sin embargo, y con esta premisa, la realizadora no recurre a los clichés reivindicativos de mujer-con-dificultades-que-logra-imponer-su-mirada-en-un-mundo-adverso, sino que la operación es mucho más sofisticada y sutil (aunque en un par de escenas abandone la sutileza): la lucha es contra ella misma, y las puertas que decide abrir y cerrar.

La comedia que se termina de construir tiene algo de la biografía de Blank que son también las luchas de muchísimos artistas con talento que buscan el reconocimiento de su obra. También está presente el peso de haber sido una joven promesa, así como el destino de la docencia como la única salida para la supervivencia, aunque la protagonista se sienta satisfecha con el intercambio con los adolescentes.

Otro aspecto interesante de The 40-Year-Old Version es el posicionamiento que hace frente a las cuotas de minorías subrepresentadas en el arte y las consecuentes exigencias respecto a qué se debe contar, que parte del “erotismo que despierta el dolor negro en la mirada de los blancos”.

El rechazo del personaje central a esa perspectiva es la otra gran discusión que se advierte durante todo el film. Ella lo define como “poverty porn”: el porno de la pobreza que parte de las buenas intenciones de representar lo velado, pero termina siendo una especie de pornografía del dolor ajeno. Ejemplos sobran. 

Esta historia no es la que sugiere la mala traducción del título en español que le puso Netflix –Rapera a los 40–: una mujer que cambia de carrera y triunfa en el mundo de la música. Todo lo contrario. Es el relato de una artista hambrienta de poner su talento en movimiento, con algo de sátira sardónica del esnobismo del mundo del teatro neoyorquino (no tan distinto a otras escenas del arte local). 

La película, al fin y al cabo, es una carta de amor a las vocaciones artísticas y las posibilidades que las conducen o no hacia la libertad creativa, aunque el resultado no sea el esperado, aunque no se concreten, aunque el éxito sea otra cosa. 

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Nostalgias

Por Nano Barbieri

Las situaciones límite nos obligan a cuestionar la construcción social de la realidad: por lo menos a agarrar el manual. Si esto no sucede, si esa mínima reacción no toma cuerpo, entonces estamos demasiado mal, tenemos un frío increíble en el pecho, o simplemente estamos, como dice la canción de Pink Floyd, plácidamente paralizados.

No podemos, nos cuesta demasiado o no queremos. Lo cierto es que no sabemos revertir los principios de nuestra relación con el mundo. Nos lo dice la evidencia, tal vez hoy más que nunca. Nos cuesta cambiar, o darle importancia a la necesidad de un cambio. Hay una derrota subjetiva, quizás, que consiste, diría Badiou, en el desarraigo de la idea misma de otro camino posible. O peor aún, de la existencia de esa idea, pero en un territorio dominado por la nostalgia: no hay sentimiento colectivo más paralizante que la nostalgia. Es un estado contemplativo, como de espectador privilegiado. Matizado, para colmo de males, por el tibio goce de volver a pasar por nuestros cuerpos una sensación plácida, editada por el más romántico de nuestros editores. 

Pareciera que no sabemos vivir de otro modo. Con la religión y con los objetos sucede algo muy similar. Tanto las cosas como los dioses son creaciones humanas que se vuelven, tarde o temprano, en contra de sus propios creadores. La famosa historia de Frankenstein. Se intercambian, de un momento a otro, los papeles del creador y de la criatura. Marx, que había tomado esta lectura de Feuerbach, sostenía que la culminación del proceso de dominación del capital sobre el trabajo se materializaba, se sentía Real, en el momento en el que el objeto se volvía en contra de su creador. El hombre creó a Dios, y sin embargo se somete a él. Las personas crearon, también, el mismo sistema que le impide realizarse. O peor aún, que no conoce ni encuentra cómo desactivar. 

Puestos a conversar y a pensar sobre nuestra existencia, cuesta encontrar voces que no identifiquen una contradicción colosal en el modo en que habitamos el planeta y cualquier idea de sustentabilidad, tanto del orden de la naturaleza, como del orden político y social: eso que llaman gobernabilidad. ¿Cuál es el límite de lo tolerable? ¿Cuánta elasticidad le cabe a ese concepto? Los equilibrios ponen a prueba sus fronteras, en todos los frentes. Pero ¿qué es la gobernabilidad? Siempre me pareció un concepto tremendo enmascarado en un tecnicismo. Es una idea de frontera definida por el clima social, por las normas no escritas de convivencia. Es un límite que más o menos todos podemos identificar, pero que objetivamente no existe. ¿Dónde queda esa frontera? Pareciera que todo acercamiento real a la modificación del estado de las cosas es puesto en el cajón del pensamiento utópico. El poder, decía Michel Foucault, ya no reprime, sino que normaliza. Nos vuelve predecibles, nos marca los límites del pensamiento. Así es evidente la pérdida de un horizonte novedoso. Volvamos a la evidencia: hoy la utopía pareciera ser recuperar el mundo que teníamos seis o siete meses atrás.

En un texto especialmente lúcido, el sociólogo François Dubet se pregunta: ¿qué podría hacer que nos sintiéramos lo bastante semejantes para querer realmente la igualdad social, y no solo una igualdad abstracta? Es una pregunta madre, orientadora, propia de las crisis. La hipótesis que el autor francés sostiene es que, aunque hayamos tomado como propios y casi indiscutibles a los valores de la igualdad y la libertad, es la crisis de la solidaridad lo que los vuelve irrealizables. Todas las luchas contra las desigualdades, dice Dubet, requieren un lazo de fraternidad previo, que el aislamiento y la distancia de los grupos sociales impide. Reconocer al otro como par. 

La brillante Chantal Mouffe coincide en el diagnóstico: la principal experiencia de los individuos en la actualidad es la propia destrucción de las condiciones de solidaridad colectiva. Y no es la pandemia, ni la cuarentena, ni el uso del barbijo. El filósofo rockstar, Darío Zeta, lo resume con mucha claridad: el individualismo es también una forma de confinamiento.

Los modos –aunque parciales- de modificar la desigualdad entre las personas han generado muchas veces mayor resistencia que la ausencia absoluta de la voluntad de hacerlo. La desigualdad es una zona de confort: es lo que hemos vivido siempre. ¿Cómo se explica, de lo contrario, que genere mayor resistencia un plan de ayuda social que la multiplicación de la riqueza de los ricos? 

A nuestro tiempo le cabe una paradoja inaceptable: a pesar del supuesto acortamiento de las distancias físicas a través del uso de la tecnología, las sociedades se han vuelto cada vez más cortas, con un umbral de solidaridad que rara vez excede al ámbito familiar y de las amistades. Las redes, los teléfonos, las velocidades de mensajería, de traslados físicos, la disponibilidad de objetos cada vez más maravillosos. Todo lo que vino a acercar trajo también nuevos temores y distanciamientos. Cosas que pasan, tal vez, cuando ocupamos el tiempo hablando de los instrumentos y demasiado poco de la instrumentalidad: ¿para qué?

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Fantasmas

Por Lu Gaitán

Ya que estamos con Mercurio en Escorpio a punto de retrogradar, quiero hablar de algo que aparece con mucha frecuencia en las redes sociales y en las consultas: los fantasmas. La pregunta número uno es si yo creo en los fantasmas y la pregunta número dos es “¿qué hago con ellos?” y cómo los saco de casa. Ya te digo que sí, que los fantasmas y las presencias existen. No tengo ninguna duda al respecto. Básicamente, son cuerpos energéticos, pero antes de meterme en la dimensión sutil de esta temática, me gustaría que vayamos un paso atrás y, para eso, voy a contarte una historia que escuché en una sesión hace un tiempo.

Resulta que llega a mi consultorio astrológico una mujer de 40 años, abogada y súper exitosa en su profesión. Hago esta aclaración sobre su formación porque todavía hay muchas personas que creen que este tipo de vivencias son propias de personas sin educación. Pues no, mi ciela. Esta mujer tenía su estudio jurídico en la casa donde había sido criada y donde había pasado buena parte de su vida. En esa casa, durante su niñez, había sufrido abusos intrafamiliares y esos episodios aún eran secretos para buena parte de su familia de origen. Esta mujer, cada vez que se quedaba hasta tarde trabajando en esa casa, escuchaba ruidos en las escaleras de madera, puertas que se abrían o se cerraban o el teléfono fijo que sonaba pero cuando atendía no había nadie del otro lado. Parece una película de terror, pero no lo es. Por supuesto, podés estar pensando que esta mujer me mintió o exageró y por supuesto que forma parte del horizonte de posibilidades, pero yo misma he tenido vivencias similares y conozco otras historias parecidas, así que vamos a confiar en su relato. El mismísimo Carl Jung en sus diarios contó cómo tuvo experiencias de esta índole en los momentos en que exploraba las profundidades de la psiquis individual y hacía sus poderosos viajes internos. Él es un varón y uno muy reconocido por su trabajo académico, así qué tal vez le creas, si aún persiste la desconfianza.

Entonces, volviendo al relato de esta mujer, lo primero fue validar su percepción, pero en segundo lugar fue fundamental para mí hacer hincapié en la dimensión psicológica de los fantasmas. Esa casa era una casa familiar, que había pertenecido a varias generaciones y, por lo que pude indagar, otras mujeres de su familia habían sufrido abusos sexuales. Por otro lado, esta mujer nunca había elaborado el trauma de esos abusos que había sufrido siendo niña. No es que lo había olvidado, pero lo tenía en ese limbo, a mitad de camino entre la consciencia y la baulera de los recuerdos incómodos. Entonces, mi sugerencia como astróloga formada en la corriente psicológica es que ella elaborara esos traumas en su espacio terapéutico, además de contemplar la posibilidad de hablar de esos “secretos” en su familia. Por supuesto, a su tiempo y a su modo, cuando ella lo sintiera orgánico. Que esos fantasmas que se aparecían en la casa eran la expresión externa de sus fantasmas internos y, por qué no, la manifestación del dolor de sus ancestras. Ahora bien, es interesante que esos fantasmas se manifestaban en la materia. Quiero decir: había ruidos en la escalera, teléfono que sonaba, puertas que se cerraban, equipos electrónicos que se prendían y apagaban solos.

Elaborar en el plano psicológico es una parte de la resolución, pero no es la única. También podía ser de muchísima ayuda vender o regalar los muebles que todavía estaban en esa casa y que estaban ahí desde siempre. Los cuerpos energéticos viven en los objetos. Esto aparece, de algún modo, en el último episodio de la saga de Harry Potter. Y, por supuesto, también podía ser que ella vendiera esa casa para liberarse de esos fantasmas, pero siguiendo con la lógica esotérica, no sé si es muy factible vender esa casa con tanta carga sin resolver. Algo adentro tiene que moverse para que la casa pueda irse.

Por otro lado, quiero decirte que algunas casas pueden ser limpiadas energéticamente, hay gente que lo hace. A veces, pueden limpiarse con hierbas como contrayerba, pero a veces la carga es demasiado alta y no vas a poder por mucho que sahúmes. En ese caso, lo mejor es llamar a algún cazafantasmas, por decirlo de alguna manera. Por otro lado, también es cierto que algunas casas se limpian cuando se hacen refacciones potentes y hay otras casas a las que solo les queda ser derribadas y volver a construir. Como siempre, hay que verlo en cada caso, pero el objetivo de este capítulo era decirte que sí existen los fantasmas y que creo que es fundamental primero ir a la dimensión psicológica y luego pensar en las limpiezas y otros rituales. Y, si querés profundizar en esto, te recomiendo el podcast de Eva Spina que se llama Psíquica y también lo podés encontrar en Spotify.

Algo parecido sucede con el famoso “me hicieron un trabajo”. No voy a negarte que existen la magia y los rituales para dañar a otros, pero antes de pensar en eso, mi sugerencia es que elabores tu pasado. Ya sé que suena repetitivo, pero quiero decirte que, cuando tenemos una situación traumática en nuestro haber que insistimos en pasar por alto, esta no desaparece, sino que se convierte en una suerte de devorador de nuestra vitalidad y de toda la potencia que tenemos dentro. Eso hace que no podamos avanzar, que haya una suerte de lastre energético que pincha todos nuestros proyectos y vínculos. Si en tu historia personal no hay nada de eso, tal vez tengas que indagar en tu historia familiar. Si ya investigaste ahí y no hay nada que merezca ser elaborado, entonces sí aplica recurrir al bruji chaman de turno y que te haga una poderosa limpieza energética. El reiki sirve muchísimo. Por supuesto, siempre podés hacerte limpiezas, pero a veces lo que hay que limpiar son las cañerías de la psiquis. Y, como dice una amiga querida que es psicóloga, el psiquismo ya es profundamente mágico, porque estamos trabajando en el terreno de lo invisible y lo sutil. 

 Por hoy dejamos acá. Abrazo