,

Individualismo y espiritualidad

Por Lu Gaitán

Hoy voy a hablarles de algo que vengo pensando hace tiempo y que está muy vinculado a otros episodios de Bruji Pop: esoterismo crítico, spicy y el de la Carta Natal. Algunas de las reflexiones de este capítulo surgieron a partir de algunas críticas que se hacen desde las ciencias sociales al mundo esotérico y otras parten de charlas con colegas que respeto muchísimo. En este capítulo en particular, voy a tomar algunos aportes de Gael Policano Rossi, @astromostra

Creo que algunas formas de abordar lo esotérico o la espiritualidad son funcionales al neoliberalismo y, para eso, voy a explicar brevemente a qué me refiero con neoliberalismo. El modelo neoliberal está vinculado al capitalismo y aboga por la no intervención del Estado en ningún ámbito. El neoliberalismo entiende que el mercado y los individuos, a través de las leyes de oferta y demanda, se regulan “solos”, o sea, sin intervención estatal. Su interés está puesto en el desarrollo de capitales privados y ubica al individuo en la cima de la pirámide de sus valores. El individuo ya no es un ciudadano que forma parte de una sociedad, sino que es un consumidor y esto es central cuando pensamos en la conexión entre espiritualidad y neoliberalismo, no solo porque muchxs personajes públicos que responden a esta corriente económica y política tienen gurúes de meditación y bienestar, sino porque en el neoliberalismo se hace culto al individuo despolitizado o apolítico. Insisto con que el individuo es un consumidor que está aislado de su comunidad y rechaza cualquier tipo de participación activa en las problemáticas colectivas. Sin darse cuenta, el individuo que pretende ser apolítico tiene una posición política, porque está eligiendo no participar activamente y porque toda su vitalidad está puesta en sus “problemas individuales”. Y, cuando digo “problemas individuales”, estoy usando comillas porque no creo que el individuo nazca, crezca y se desarrolle aislado del resto de lxs seres humanxs y el ambiente. Esta es la utopía neoliberal: el bienestar del individuo como objetivo último. 

El neoliberalismo tiene un vínculo íntimo con la meritocracia, que básicamente supone que cada persona obtiene recursos económicos y estatus social en base a su desarrollo personal, su esfuerzo y sus logros. Como si fuera lo mismo haber nacido en un barrio de emergencia que en un barrio privado, como si fuera lo mismo haber abandonado los estudios para salir a trabajar que haber hecho una maestría en Oxford. Y acá es donde digo que algunas formas de abordar la espiritualidad son funcionales al neoliberalismo. Es muy habitual que en nuestro circuito pongamos mucho énfasis en el deseo del individuo. Decimos “visualizá, usá tu mente para concentrarte en lo que querés” o “deseá con fuerza y lo que querés va a suceder” y, si ese deseo no se concreta, fue porque no deseaste lo suficiente o porque estás “vibrando escasez”. En este sentido, me parece importante cuestionar la forma en que usamos la Ley de atracción. Astromostra dice que la Ley de atracción anula la otredad y estoy de acuerdo con él. ¿Por qué? Porque supone que el mundo va a responder a mi deseo y lxs demás van a ser la respuesta a eso que yo quiero, como si no tuvieran una voluntad. Por otro lado, me parece interesante aclarar que yo sí creo que somos campos energéticos y que nada sucede por azar, pero de ahí a creer que todo depende de la formulación de nuestros deseos desde la consciencia, como si no existiera un inconsciente y como si ese inconsciente no estuviese atravesado por memorias ancestrales y dinámicas del sistema patriarcal en el que vivimos, como si el deseo del individuo operará en abstracto y ese individuo no perteneciera a una clase social y sus gustos personales, o sea sus deseos, no estuvieran también atravesados por los valores que su clase social sostiene. Pierre Bourdieu desarrolla esta temática en torno al concepto de “habitus”. Lo que este autor dice es que un individuo de una clase determinada considera que algo es ordinario o elegante, mientras que a una persona de otra clase le parecerá lindo o llamativo. Esto se aprende en la infancia de la familia y después en la escuela, que enseñan al niñe cómo hablar y comportarse. De esta manera, “el orden social se inscribe progresivamente en la mente de las personas”. Esto mismo aplica a muchos de los discursos espirituales que sostienen la necesidad de “amate a vos misma como sos”. Un discurso que sobre todo está destinado a las mujeres que tenemos grandes problemas de autoestima. Como si no estuviéramos sometidas a estándares de belleza, con una industria cosmética y quirúrgica que establece cuáles son las mujeres dignas de espacio en los medios de comunicación y de participación en el mercado del deseo. Entonces, la espiritualidad se vuelve aliada del neoliberalismo cuando pone toda la responsabilidad en el individuo, pero se trata de problemáticas colectivas. Entonces, el individuo asume su falla, pero nunca cuestiona las bases del sistema. 

Es probable que estés pensando ahora mismo cuál es el espacio que tiene la carta natal en todo esto o cuál es el espacio que tiene el individuo para desarrollarse si todo está dado por el sistema o por el colectivo del que forma parte. Pues bien, quiero decirte que la carta natal habla de dilemas colectivos y las problemáticas que tienen una presencia mayor en la biografía de ese individuo. Que el trabajo personal es importante y probablemente sea más fácil abordar estos dilemas desde el diván psicoanalítico o el consultorio astrológico y que ahí podemos encontrar la singularidad de cada ser humano. Su especificidad. Pero corremos el riesgo de culpar o responsabilizar al individuo por cosas que lo exceden ampliamente y que solo vamos a poder desarmar en la medida en que hagamos cuestionamientos y movimientos a gran escala. El individuo forma parte del colectivo y el colectivo está conformado por individuos. Son las dos cosas a la vez. Los cambios que haga el individuo van a impactar en las personas a su alrededor y la potencia de los movimientos sociales potencian los cambios individuales. Es ida y vuelta. En astrología, estamos hablando del eje Leo-Acuario y, como dice el feminismo, lo personal es político. Político como sinónimo de colectivo, no de partido político. 

Por último, es interesante que pensemos hasta qué punto las terapias holísticas no son funcionales a este sistema, al igual que los fármacos. ¿Esto quiere decir que estoy en contra de las terapias o de los medicamentos? Por supuesto que no, estoy intentando correrme de una lógica binaria. Lo que estoy diciendo es que hay un creciente uso de fármacos para tratar la ansiedad, los ataques de pánico y la depresión, pero nunca nos preguntamos por qué estamos ansiosxs, tenemos pánico o nos deprimimos. ¿No hay ningún vínculo entre la forma de trabajar, alimentarnos y vincularnos que tenemos en el capitalismo y estas manifestaciones? ¿Y si en vez de fármacos es la práctica de yoga, meditación, respiración o mindfulness? ¿No estamos poniendo parches para que los síntomas dejen de presentarse y seguir alimentando a este sistema? ¿Las terapias son un nuevo objeto de consumo? 

Por hoy, lo dejamos acá y seguimos la próxima.

,

Emmys: un mapa de qué vale la pena ver (incluso entre los perdedores) y dónde

Por Juli Fantini

El domingo se entregaron los Emmys, un premio que destaca lo mejor de la televisión en Estados Unidos, concepto cada vez más laxo dado el crecimiento de las plataformas de contenidos audiovisuales. Y, más allá de los ganadores, cuya extensa lista se replicó en la semana en los sitios de noticias sin parar, sirven estos subrayados de la Academia para valorar algunos y algunas que quedaron fuera de los ganadores, y también para ver alguna que otra producción que pasó desapercibida en la era de los estrenos permanentes.

A modo de resumen, Watchmen (HBO) se llevó once estatuillas, entre las que destaca a la de mejor serie limitada; basada en una novela gráfica, es una especie de secuela de la historia original. Acá la pregunta es quién vigila a los vigilantes. Asistimos a un mundo en el que Robert Redford es el presidente de los Watchmen, unos superhéroes enmascarados que trabajan para la policía y el combate del delito borra la línea entre los buenos y los malos, con un claro mensaje antirracista y una profunda reflexión sobre el racismo institucionalizado en los Estados Unidos.

Quedó segunda Succession (HBO), con siete, incluido el premio a la mejor serie dramática; la historia de un magnate de los medios y sus hijos con relaciones tóxicas y disfuncionales por doquier, además de una carrera por el poder que no conoce límites. 

Y la sorpresa para el público argentino fue Schitt ‘s Creek, con nueve premios. La serie canadiense que lleva 6 temporadas emitidas acaparó toda la categoría comedia, y aún no se puede ver por los canales convencionales en Argentina. Algunos críticos explican el fenómeno de esta serie del montón por la cuarentena: fue la comedia con la que enganchó al público estadounidense durante el aislamiento. 

Ahora, sí, de las categorías principales, va un pequeño mapa de visualizaciones recomendadas y dónde ver tanto las ganadoras como las que fueron nominadas y tal vez hubieran merecido un premio. 


CATEGORÍA 

Actriz principal en una serie de comedia

Ganó: Catherine O’Hara, Schitt’s Creek

Debería haber ganado: Rachel Brosnahan, The Marvelous Mrs. Maisel (Amazon Prime Video)

¿Por qué?

La actriz que interpretó a Rachel en House of Cards, viene recibiendo reconocimientos de manera permanente desde que estrenó La Maravillosa Señorita Maisel en 2017, y su trabajo en la última temporada ameritaba un premio más. En un momento en el que el drama se impone sobre las buenas comedias, que no abundan, Rachel Brosnahan logró, de nuevo, no perder el pulso cómico y nostálgico gracias a un guion y dirección excepcionales, y aun así darle a su personaje una profundidad dramática notable al contar la historia de una mujer que sale al mundo del trabajo, nada más y nada menos que el del stand up en Nueva York. 


CATEGORÍA 

Actor principal en una serie de comedia

Ganó: Eugene Levy, Schitt’s Creek 

Deberían haber ganado: Ted Danson, The Good Place (Netflix) y Michael Douglas, The Kominsky Method (Netflix)

¿Por qué?

Era necesario rescatar a los dos veteranos incluidos en la categoría porque tanto Ted Danson como Michael Douglas, a pesar de que la consagración les llegó hace rato, ponen todo su esfuerzo y talento en hacer reír. 

Danson, por su parte, protagonizó durante años Cheers, luego se sumó a la franquicia CSI y la comedia lo extrañaba. Su papel en The Good Place es una delicia y la dinámica con Kristen Bell debería generar otra categoría en los premios: la de la buena química; una serie sobrevalorada, extremadamente cómica, pero también una reflexión sobre la ética. 

Por su parte, Douglas, una megaestrella de Hollywood, en El Método Kominsky (de Chuck Lorre, el creador de The Big Bang Theory) en principio, se burla de sí mismo y de los actores de su generación que perdieron el brillo que los hizo célebres. En el rol de un actor mayor que trabaja como coach de actuación, aborda con mucha sensibilidad y compromiso las problemáticas del paso del tiempo y de cómo la sociedad suele descartar a los mayores, que viven, se ríen, tienen sexo y, en muchos casos, no tienen vidas resueltas y deben seguir batallándola. 


CATEGORÍA

Mejor guion de comedia

Ganó: Daniel Levy, Schitt’s Creek 

Podría haber ganado: What We Do in the Shadows (Fox Premium)

¿Por qué?

El principal motivo por el cual esta serie merece la pena ser vista, y debería haber sido reconocida, es porque sus protagonistas son dos de los creadores de Flight Of The Conchords: Jemaine Clement –uno de los integrantes del dúo cómico detrás de la serie neozelandesa– y de su director y guionista Taika Waititi, recientemente reconocido por Jojo Rabbit, la película que se llevó un Oscar a mejor guion adaptado. 

Con el formato de falso documental, sigue la historia de un grupo de vampiros que viven en Nueva York y cuentan su experiencia de una vida que lleva cientos de años y que merece ser narrada, en clave cómica, por supuesto. 


CATEGORÍA 

Mejor dirección para una serie de comedia

Ganó: Andrew Cividino and Daniel Levy, Schitt’s Creek 

Debería haber ganado: Amy Sherman-Palladino, The Marvelous Mrs. Maisel (Amazon Prime Video)

¿Por qué?

Porque la creadora de Gilmore Girls es la reina de la screwball-comedy moderna: una traducción forzada define a este subgénero como “comedia loca”. Se caracteriza, en la versión de Sherman-Palladino, por tener diálogos donde prima el sarcasmo dichos a toda velocidad, con una impresionante cantidad de referencias, al tiempo que los actores interactúan con total naturalidad como si se tratara de una conversación común y corriente.  


CATEGORÍA 

Actor de reparto en una serie de comedia

Ganó: Daniel Levy, Schitt’s Creek

Debería haber ganado: Sterling K. Brown, The Marvelous Mrs. Maisel (Amazon Prime Video)

¿Por qué?

Porque cualquiera que se haya enganchado con This Is Us podrá ver el amplio registro actoral de Brown, aunque su participación en la serie sea breve. Reggie es tan distinto a Randall Pearson que cuesta reconocerlo en su primera aparición. Interpreta al mánager de un cantante al que Midge Maisel acompañará en su gira por los Estados Unidos, un tipo extremadamente serio y comprometido con su trabajo, en una relación de protección extrema con Shy, la estrella que no sería nadie sin él, aunque el reconocimiento público nunca llega. 


CATEGORÍA

Actriz de reparto en una serie de comedia

Ganó: Annie Murphy, Schitt’s Creek

Podría haber ganado: Yvonne Orji, Insecure (HBO)

¿Por qué?

Porque su rol de Molly en Insecure le llegó sin ningún tipo de experiencia actoral, y eso se evidencia en el registro naturalista de su actuación, como la amiga de la protagonista, Issa Rae, con quien establece una relación de amistad tan intensa como amorosa. La evolución de ese vínculo, así como el del personaje de Orji, son un retrato de la amistad entre mujeres y sus altos y bajos. 


CATEGORÍA

Mejor serie de comedia

Ganó: Schitt’s Creek

Podría haber ganado: The Marvelous Mrs. Maisel (Amazon Prime Video)

¿Por qué?

Porque, si bien es difícil sostener en el tiempo una comedia de estas características –lleva tres temporadas y renovó para una cuarta–, el viaje personal de Midge (de las labores domésticas al mundo del espectáculo del stand up), a medida que descubre el mundo más allá de la parte más rica de Manhattan es tan rico en detalles como en el vestuario y la ambientación de la serie.   


CATEGORÍA

Serie sobresaliente de variedades

Ganó: Last Week Tonight with John Oliver (HBO) 

Podría haber ganado ninguna de las otras, es la mejor. 

La mayor virtud de Last Week Tonight es, además de inscribirse en la prestigiosa tradición de los talk shows nocturnos, su producción periodística y la libertad con la que trabajan para meterse, literalmente, con casi todas las corporaciones. John Oliver es un inglés sin demasiado carisma y con una voz estridente que, en un raro movimiento, usa esas características para sumar sátira y credibilidad a los informes periodísticos que se emiten cada domingo.  


CATEGORÍA

Actriz principal en una miniserie/película para televisión

Ganó: Regina King, Watchmen (HBO)

Podrían haber ganado: Shira Haas, Unorthodox (Netflix)

Esta categoría era dificilísima, y hubiera sido un gesto osado premiar a Haas. Si bien Poco Ortodoxa no es una serie que esté a la altura de Watchmen, la interpretación de la actriz israelí es descomunal: el retrato de liberación de esa joven judía ortodoxa que decide escapar de su comunidad tiene todos los elementos de esos famosos tour de force que suele elogiarse en actores consagrados. Tal vez es el cuerpo menudo de la actriz y su carencia de estridencias lo que infravaloró una de las mejores interpretaciones vistas en Netflix este año. Su Esther es conmovedora e inspiradora; con solo prestarle atención a sus ojos, no hace falta nada más.


CATEGORÍA 

Actor principal en una miniserie/película para televisión

Ganó: Mark Ruffalo, I Know This Much Is True (HBO)

Deberían haber ganado: Paul Mescal, Normal People (Starz Play)

¿Por qué? 

Porque el debut de Mescal, de tan solo 24 años, es una de las más gratas sorpresas en un contexto en el que faltan galanes con pasta de los clásicos de mediados del siglo pasado, y también con talento. Su composición del atribulado Connell es delicada y verosímil. Sin dudas, el descenso del personaje cuando atraviesa una depresión tiene un realismo pocas veces visto en TV. Pocas palabras, pocos gestos, poca acción, y, sin embargo, el peso del conflicto se evidencia hasta por los poros del actor. Colaboró muchísimo la química con Daisy Edgar-Jones (Marianne), su pareja en la ficción. 


CATEGORÍA

Mejor guion en una miniserie o película 

Ganó: Damon Lindelof and Cord Jefferson, Watchmen (HBO)

Podría haber ganado: Sally Rooney y Alice Birch, Normal People (Starz Play)

¿Por qué?

La novela de Sally Rooney fue un fenómeno literario en los países de habla anglosajona, por lo que su adaptación fue vista de cerca por el fandom. En ella participó la propia autora y Alice Birch. Esa colaboración fue más que exitosa, porque la novela está plagada de monólogos internos y la serie carece del viejo recurso de la voz en off, típico en algunas adaptaciones cinematográficas. El traspaso a 12 capítulos de media hora de los viajes emocionales de los protagonistas funciona, porque justamente dejan de lado los recursos literarios y adaptan la historia al código audiovisual.    


CATEGORÍA

Mejor dirección para una serie limitada o una película

Ganó: Maria Schrader, Unorthodox

Debería haber ganado: Lenny Abrahamson, Normal People (Starz Play)

¿Por qué?

El director de Room, Lenny Abrahamson, logra en los capítulos que le toca dirigir de Normal People captar la química entre los protagonistas y los vaivenes entre la intimidad y la distancia que se dan a lo largo del tiempo y espacio con una atención por los detalles de cómo evoluciona la relación entre Connel y Marianne de una forma exquisita y romántica. La intimidad se sostiene sin exaltaciones ni mal gusto, como si la cámara no estuviera ahí, mientras la historia sucede.  


CATEGORÍA

Actor de reparto en miniserie

Ganó: Yahya Abdul-Matteen II, Watchmen 

Debería haber ganado: Tituss Burgess, Unbreakable Kimmy Schmidt (Netflix)

¿Por qué?

Porque Titus se roba todas las escenas de la serie. El guion está puesto a disposición del actor, ladero de la protagonista, para que este personaje gay explote en comicidad, pero no desde un punto de vista estereotipado. Desde su aparente distancia emocional, Titus traduce lo mejor de las ideas sobre qué es la comedia de Tina Fey, a través de su cuerpo y corazón enormes. 


CATEGORÍA

Actriz de reparto en una serie limitada

Ganó: Uzo Aduba, Mrs. America (Fox Premium)

Debería haber ganado: Toni Collette, Unbelievable (Netflix)

¿Por qué?

Tanto Toni Collette como Merrit Weaver tienen la tarea de interpretar a dos detectives que investigan un crimen en el que no hay un muerto, sino delitos sexuales, con un gran compromiso por la historia real que se retrata. En el caso de la actriz australiana, que siempre brilla en todos los géneros, su detective tiene las características de otras recias y ultraprofesionales investigadoras que se ven en la serie, con la diferencia de que las complejidades derivan de la lucha contra la misma fuerza que integran. El arco narrativo del personaje pasa de una mujer consumida por el trabajo que está acostumbrada a trabajar sola a la inevitable necesidad de trabajar en equipo. 


CATEGORÍA

Película de televisión 

Ganó: Bad Education (HBO)

Podría haber ganado: Ninguna de las otras. Fue la mejor. 

¿Por qué?

Porque la historia sobre la administración de un colegio público y las maniobras corruptas, basada en hechos reales, encuentra un escenario inesperado, y atractivo, para dar cuenta de una intriga propia del mejor cuento policial. 

Conecta con esa carrera frenética de muchos padres por conseguir el mejor colegio para sus hijos, con la corrupción extendida en todas las capas de la sociedad y, al mismo tiempo, la ambición desmedida y la necesidad de hacer lo mejor para la comunidad liderada, a cualquier precio. 

Esa presión en ámbitos escolares, en momentos de discusión sobre la meritocracia, tanto para directivos como para alumnos, es el subtexto destacado de esta excelente película que ganó, y se lo merecía. 


CATEGORÍA

Miniserie

Ganó: Watchmen (HBO)

Podrían haber ganado: Cualquiera de las nominadas, pero sin dudas el premio a Watchmen hizo justicia. 

No quedan dudas de que además de sus virtudes estéticas y de producción, Watchmen gana porque dialoga de manera directa con el conflicto sobre el odio racial que persiste en Estados Unidos. 

La serie es una especie de continuidad de la novela gráfica de Alan Moore, fundacional, que se toma ciertas licencias para contar desde el mismo universo alternativo y con la estética y las reglas de los cómics un profundo planteo sobre la seguridad, la justicia por mano propia, la identidad y la espantosa historia de violencia racial que llega al presente de la serie a través del concepto de trauma transgeneracional: de la esclavitud a la segregación y a la actual discriminación sistémica. 

Al mismo tiempo, no deja de contar qué fue de la vida de los protagonistas de la historia original, esos extravagantes superhéroes en un mundo atípico pero cercano, dados los sucesos que nos tocan vivir. 


CATEGORÍA

Actor principal en una serie de drama

Ganó: Jeremy Strong, Succession (HBO)

Podría haber ganado: Steve Carell, The Morning Show (Apple TV)

¿Por qué?

The Morning Show recibió críticas por dedicarle demasiado tiempo a los argumentos del personaje de Carrel, el conductor acusado de abuso y acoso por sus compañeras de trabajo. Sin embargo, esa decisión sirve para que el Mitch de Carrel, en representación de tantos, exponga los argumentos por los cuales se desestiman las denuncias y cómo las conductas en ámbitos laborales ejercidas desde la asimetría del poder no son consideradas reprochables, ni siquiera delito. El asunto del consentimiento lleva a Mitch a ni siquiera considerar una violación como tal, y sus micromachismos son valorados por él mismo como “poco graves”, en relación, por ejemplo, con lo hecho por Harvey Weinstein. Carrell logra darle a su Mitch la cuota exacta de repulsión y despecho justas. Él no entiende, hasta que lo acorralan y lo dejan solo.  


CATEGORÍA

Actriz principal en una serie de drama

Ganó: Zendaya, Euphoria (HBO)

Debería haber ganado: Jennifer Aniston, The Morning Show (Apple TV)

¿Por qué?

Porque Jennifer Aniston, en The Morning Show demuestra que, a pesar de las coincidencias entre su persona y el personaje, es una increíble actriz dramática. El peso de su Rachel de Friends se diluye para volver a sacar a la luz las características que demostró en algunas películas “independientes”, al tiempo que logra transmitir la desesperación de un inminente punto final en su carrera. Se ve a través de Alex el peso de una supuesta traición de su histórico compañero de trabajo, cuyos crímenes y transgresiones ella tal vez haya propiciado. Pero es una escena en particular, el enfrentamiento con su hija demandante, la que la termina de consagrar como la merecedora de este premio.  


CATEGORÍA

Mejor guion en una serie dramática

Ganó: Jesse Armstrong, Succession (HBO) 

Podría haber ganado: Peter Morgan, The Crown (Netflix)

¿Por qué?

El principal mérito del creador y guionista de The Crown es que muestra a la monarquía británica desde un punto de vista profundamente documentado que expone muchos de los sucesos más importantes del siglo XX, pero que, al mismo tiempo, cuenta una historia sobre cómo se ejerce el poder. Con un presupuesto descomunal, Morgan hace un retrato que no es antimonárquico ni satírico, sino que saca al reinado de Isabel del terreno de la fantasía y lo conecta con los hechos de su país y algunos del mundo, y también con sus propios escándalos privados. Así y todo, la “verdad histórica” le sirve para contar una buena historia, tragicómica, ostentosa, y de cómo la autoridad y el dominio de uno sobre otros se imponen sobre los deseos y expectativas personales. 


CATEGORÍA

Mejor dirección para una serie dramática

Ganó: Andrij Parekh, Succession (HBO)

Podría haber ganado: Mimi Leder, The Morning Show (Apple TV)

¿Por qué?

En The Morning Show se nota la experiencia de Mimi Leder como directora habitual de ER Emergencias, una serie que rompió varios moldes en los 90, incorporando desde una cadena como la NBC al darle una impronta de cine a un no tan clásico drama sobre médicos. Ese estilo se potencia más de 20 años después en el trabajo que hace en The Morning Show, con el desafío de, según sus propias palabras, filmar a las mujeres como los hombres fueron filmados desde siempre. El desafío –cumplido– en esta serie está en mostrar de manera verosímil qué pasa cuando la cortina de estos importantes programas de TV se corre. La decisión de filmar en un formato más grande dice que le posibilitó dar cuenta de lo íntimo de lo que sucede –el detrás de escena–, en contraposición con la extrema exposición de los personajes famosos de la TV.


CATEGORÍA

Actor de reparto en una serie dramática

Ganó: Billy Crudup, The Morning Show

Podría haber ganado: Bradley Whitford, The Handmaid’s Tale (Flow, DirectvGo)

El personaje de Crudup en The Morning Show confirma lo que ya sabíamos: es un gran actor y hace lo que quiere con dos líneas de texto. Pero el comandante Joseph Lawrence que interpreta Whitford en El Cuento de la Criada lo hacía merecedor nuevamente de un Emmy. Es la cuota de humanidad que necesitaba el lado de los malos. Sus contradicciones, su solapado sufrimiento (¿arrepentimiento?) y su manejo del poder fluyen en la interpretación del actor que puede dar cuenta, hasta a través de pequeños gestos, de la dualidad entre ser un villano –arquitecto de Gilead, ideólogo de las colonias– y un héroe controvertido, motivado por su ego y remordimientos más que por la genuina intención de ayudar a June. 


CATEGORÍA

Actriz de reparto en una serie dramática

Ganó: Julia Garner, Ozark (Netflix)

Debería haber ganado: Fiona Shaw, Killing Eve (Paramount)

Lo más interesante de la tercera temporada de Killing Eve es cómo el personaje de Shaw, Carol, asume algo así como el tercer protagónico de la serie. Se transforma en el eje que nos saca de la desquiciada relación entre Eve y Villannellle, sumergiéndonos en sus propias oscuridades. La mujer del MI6 que parecía invulnerable atraviesa una pérdida que la saca de sus deberes y la enfrenta a su antítesis, su hija, por demás emocional. La forma en la que la actriz muestra cómo Carol baja las defensas, en su particular manera, le da la dimensión humana que, por momentos, la serie pierde en su totalidad. Es la grata sorpresa de la última emisión, porque traslada el relato a un terreno poco abordado: las distintas crisis de una mujer madura con poder, cuyo estatus depende de mantenerse siempre en control, hasta que no da más, y Shaw lo hace de una manera maravillosa: con la elegancia y toda la flema británica que pueda entrar en una persona, o personaje.   


CATEGORÍA

Mejor serie dramática 

Ganó: Succession (HBO)

Debería haber ganado: The Mandalorian (Disney+, llega a Argentina en noviembre)

The Mandalorian no tuvo la popularidad merecida en este lado del mundo porque su plataforma de emisión original aún no llegó, pero la serie sí circuló por plataformas alternativas con la velocidad que alcanzan las naves del universo Star Wars

Y más que contraponerse a Succession (las series no tienen ningún punto de comparación), su mérito más importante es haber superado en narrativa a la última, y final, trilogía de La Guerra de las Galaxias

El problema con The Mandalorian es la histórica injusticia que sufren las ficciones de aventuras: no son ni dramas ni comedias –las dos categorías estanco de los premios–, sino que atraviesan varios géneros, incluyendo la acción, siempre mal considerada en los rubros no técnicos.

Las virtudes de The Mandalorian pasan por su fidelidad a lo mejor del mundo creado por George Lucas y, en particular, por la inclusión de un personaje muy peculiar, llamado The Child y su relación con el protagonista –una especie de matón a sueldo– en clave de western espacial. 

The Child fue bautizado en redes sociales como Baby Yoda, porque el personaje pertenece a la misma especie que el maestro jedi. Su ternura y su capacidad para usar la fuerza hicieron del personaje el mayor atractivo de la serie, y al mandalorian su protector, convirtiéndose esta en la trama principal de la producción que elevó la franquicia a sus niveles iniciales. 

,

Las historias

Por Nano Barbieri

Leo los diarios, escucho la radio, y a veces parece irreal. ¿Cuánto tiempo más podemos sostener la discusión sobre el mérito? Vuelve, cada año, como el invierno. ¿Hasta cuándo queremos soportar el eterno déjà vu de nuestra agenda pública? ¿Es necesario –realmente pregunto– subirnos cada vez que pasa, al tren del hashtag, a la vorágine de las redes sociales, malentendidas como batalla cultural? ¿Entregamos el discurso al adversario si dejamos de repetirlo? En fin, hagamos una pregunta más general: ¿qué sentido tiene la repetición de estas historias?

Indudablemente, hay un goce en la repetición. Repasemos la historia, como si estuviéramos sentados frente a la TV, leamos otra vez el cuento detrás de la idea de mérito que escuchamos una y otra vez. La historia narra, más o menos, lo siguiente: un grupo de trabajadores europeos expulsados por la guerra y el hambre atraviesan el océano para llegar a una tierra de oportunidades, salvaje, cuando no vacía. En el desamparo, no le piden una mano a nadie, sino que son hacedores de su propia historia, incluso sin hablar correctamente el idioma. Ellos son los creadores de la patria: abuelos y tatarabuelos de los ganadores de la Argentina contemporánea. Punto. ¿Quién no fue mecido en algún momento de su vida con esta noble historia? No una, ¡miles de veces! 

Siri Hustvedt es una novelista estadounidense que escribió un extraordinario ensayo que se llama El poder de la literatura. A lo largo del libro, a veces de manera explícita, otras no tanto, Hustvedt se pregunta por la importancia de la verdad en la narración de una historia convincente, que nos llegue a los huesos, que nos movilice el corazón y la cabeza. ¿Quién necesita la verdad? La verdad que busco como escritora de ficción, dice la autora, no es un registro documental del pasado. Estoy buscando una verdad emocional. Los personajes deben comportarse, hablar y pensar a lo largo de su vida de un modo que me parezca real. Esta verdad no guarda relación alguna con la naturaleza de los acontecimientos descritos. Los personajes podrían ser cebras voladoras.

Hustvedt nos diría que la historia que une la inmigración europea con el trabajo, el sacrificio y la explicación histórica de la desigualdad es una historia verdadera en el sentido ficcional de la verdad. Emocionalmente, la teoría del mérito es una historia efectiva que abraza las fibras más sensibles de un importante sector social de la Argentina. Cuando narro una historia de ficción, continúa la escritora, los juicios que emito se fundamentan más bien en un instinto, un sentido de lo que está bien y lo que está mal. La narración de los mitos populares refuerza concepciones prefiguradas sobre el funcionamiento del mundo. Prejuicios.

Entonces, volviendo a las preguntas del principio, ¿qué sentido tiene discutir verdades emocionales? O, en caso de que discutirlas sea nuestra elección, ¿cómo se argumenta frente a esas verdades emocionales? Yo no creo que el mejor camino sea discutir los mitos, pero sí pienso que el primer paso es intentar comprenderlos, partir del principio de Alain Badiou: nada de lo que hagan los hombres es ininteligible

Si es que Siri Hustvedt va a ser la madrina de este texto, sigamos con ella. La percepción es conservadora, dice en un hermoso y preciso resumen de la actividad de conocer. No percibimos el mundo tal como es; lo creamos activamente a partir de patrones del pasado y estos incluyen construcciones conceptuales que forman parte de nuestra imaginación. Percibimos, en gran medida, lo que queremos ver, o peor aún, lo que fuimos asignados a percibir. 

Nos contamos historias, generamos nuestros mitos, reforzamos prejuicios. ¿Qué lugar tiene la argumentación dentro de estas historias? Tal vez en lugar de enredarnos una y otra vez en la aburrida maraña de las asignaciones meritocráticas convenga pensar cuáles son los mecanismos que nos traen a colación una y otra vez estos cuentos. ¿Qué dispositivos los desatan? ¿Cuáles son las causas que activan esta discusión? ¿Qué temores vuelven necesaria la leyenda de este cuento que tanto tiempo y tan buenos resultados les dio a sus narradores? 

La discusión sobre el mérito es un síntoma, mal perdemos el tiempo poniendo el foco ahí. La aparición recurrente en nuestra agenda no es otra cosa que un mecanismo de defensa. Miremos si no lo que pasa en la emblemática película The Truman Show. Cada vez que la realidad, o mejor, la narración sobre la realidad se encontraba amenazada, el director procuraba recuperar la estabilidad. Para hacerlo, elegía verdades emocionales. Relatos sobre la infancia del protagonista, recuerdos e imágenes que este no distingue con claridad en su memoria, pero que vuelven una y otra vez para calmarlo. 

Y así funciona, incansablemente. Hasta que un día, tal vez, como las mantitas de apego de los más chicos, deja de hacerlo.

,

La fiesta teatral. Una vigilia atenta.

Por Gonzalo Marull

Las personas que se dedican a la actividad teatral tienen una certeza: necesitan imperiosamente poder volver a la actividad, por razones económicas, creativas, pasionales, humanas. Pero ante esta necesidad urgente surgen varias preguntas: ¿se puede volver a cualquier costo?, ¿cómo se lleva el teatro con los protocolos y las normas?, ¿es posible disfrutar si sabemos que corre riesgo la salud de artistas y espectadores?, ¿se puede estar de fiesta teatral en medio de una pandemia mundial?

La historia del teatro está íntimamente unida a la historia del fasto, de la fiesta, tanto en su vertiente pública como privada, religiosa como profana, ligada al calendario litúrgico, o fruto de circunstancias y acontecimientos diversos. El gusto por lo asombroso, por lo maravilloso, por el artificio, encuentra en la fiesta un lugar privilegiado de expresión, que se manifiesta en la necesidad de “suspender” al público, dejarlo absorto con lo nunca visto.

La fiesta, por su carácter presencial y efímero, invita a desatar la imaginación, y contribuye a crear la ilusión de una realidad mejorada, de una ciudad transformada ante los ojos de los ciudadanos; de un lugar que, durante unos días, pretende dejar de ser centro de fatigas cotidianas para convertirse en el espacio profano de la diversión y la creatividad. Con ironía, y un sabor amargo en la boca, lo expresaba muy bien un poeta: “Bien son menester estos divertimentos para poder llevar tantas adversidades”. La fiesta nos comuna, nos iguala, nos libera, nos pone en juego, más allá del tiempo y del espacio, manifestando las injusticias, develando los miedos y dándoles espacio a las diferentes expresiones. 

“Las sociedades tendrán el teatro que puedan soñar”, escuché decir alguna vez esta frase en una clase. Entonces, en medio de todo este descalabro sanitario, ¿qué teatro podemos soñar?, ¿qué fiestas podemos tener?

Nuestro país es un país que necesita ávidamente fiestas. Necesitamos recordar las fiestas, volver a las fiestas y hasta crear nuevas fiestas. Vivimos el deporte como una fiesta, vivimos el teatro como fiesta, salimos a la calle, a las plazas, como fiesta. Somos realmente muy festivos. Las fiestas reorganizan a los pueblos, los liberan de sus convenciones, los desnudan para enfrentar sus valores humanos, fraternales, de convivencia, de empatía, de igualdad. Podemos soñar con un teatro que vuelve a sus orígenes, en la ladera de la montaña, al aire libre, bajo la luz del sol, en espacios amplios y verdes, con bullicio, tumulto y, al mismo tiempo, una gran expectación. 

Pero también, paradojalmente, la espera es un valor que entrenamos mucho en el teatro, como nos enseñó hace un tiempo la brillante Arianne Mnouchkine: “El teatro es esperar para poder encontrar lo inesperado. Tenemos que tener paciencia, tranquilidad, confianza en la espera. Pero no de modo pasivo. Es un estado de vigilia, de atención, pero que no pretende la inmediatez. Una vigilia atenta en donde lo más importante es no ceder. No abdicar”. Este estado de espera atenta, del que habla Mnouchkine, ¿cómo se lleva con los protocolos y las normas? ¿Qué nos pasa a las y los artistas con el disciplinamiento?

Dice el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco: “El teatro es un espacio de rebelión, desobediencia, impertinencia; pero de pronto tiene que volverse un lugar disciplinado sin perder esa rebelión e impertinencia. Y esto es muy bueno para este espacio dionisíaco, de lo ebrio, la revuelta, la rebelión, que sin perder nada de sus orígenes sabe acatar normas de seguridad que nos protejan. Se levanta como espacio protector. Se puede proteger con la disciplina y también con la rebelión. El teatro no es un espacio que ponga en riesgo a la sociedad. La hace crecer y enfrentarse a lo que somos y no”.

Veo imágenes de la Alerta Roja en España, una protesta de lxs agentes culturales ante la crisis profunda que está viviendo el sector y, al tener que respetar el distanciamiento, las imágenes que nos llegan son muy ordenadas, similares a una marcha militar, cada persona en su lugar, equidistantes y geométricos. Las imágenes más impactantes son las tomadas con drones, realmente parecen ejércitos en fila… esperando disciplinadamente. Por supuesto, es una protesta respetuosa con la salud de lxs demás, pero no deja de llamarme la atención esta nueva modalidad de “marcha protesta” que aflora. Me recordó al óleo sobre lienzo: Fiestas en el Ommeganck o Papagayo, en Bruselas. Procesión de los Gremios en la Gran Plaza (del año 1616), que muestra las fiestas de corte, su protocolo, y el lujo en carrozas y número de lacayos. 

A diferencia de las fiestas cortesanas, que eran ofrecidas por gracia del soberano, que cumplían una determinada función social, política y religiosa, y quedaban circunscritas al criterio de la etiqueta y el decoro, las fiestas populares y los carnavales conmemoraban tradiciones y creencias de ritmo más lento y duradero en las que participaban por igual todos y todas de una manera más espontánea y comunitaria. En los tres días de carnestolendas previos al miércoles de ceniza, el tiempo de carnaval se distinguía porque era el momento en que el orden social y espiritual ordinario podía invertirse en un mundo al revés que ensalzaba al pobre y humilde, y ridiculizaba o satirizaba al poderoso.

He aquí un valor fundamental. A la hora en que se necesitan imperiosamente las fiestas populares, las artes escénicas y los carnavales, se extraña su impronta rebelde y desbordada. En el carnaval nadie es nadie, o todxs somos otrxs; por eso, las máscaras son liberadoras, no esconden, muestran aún más. El placer inaudito de esa libertad desfachatada que nos da el jugar tras la máscara, el dejar por unas horas el peso de la propia historia, la propia cara, para vivir tras la careta una mímesis más “des-carada” aún, incluso más liberadora. 

Las prohibiciones nos quitan la calle. Y la comunidad y la democracia se construyen en las calles, tomando las calles, habitando las calles. El teatro nos enseña la importancia de lo grupal, de lo colectivo, de lo solidario, de que las preocupaciones de las otras personas pasen a ser nuestra preocupación, nos enseña a escuchar. Por eso estamos en un gran brete, deseamos fervientemente encontrarnos y abrazarnos, pero no queremos poner en riesgo a las demás personas. Y todo se torna contradictorio y difícil. Tal vez estamos esperando disciplinadamente que la fiesta teatral pueda tener una vital razón de ser. 

Mauricio Kartún recuerda que, en su origen, el carnaval nació de un pueblo que habiendo vencido a una peste salió a festejar con máscaras de calavera; literalmente: burlando a la muerte. Ahora entiendo por qué en mi familia adoptamos como himno de resistencia en aislamiento la canción El tiempo está después, del gran poeta y músico uruguayo Fernando Cabrera. Cada vez que llegamos al estribillo, cantamos con toda la fuerza, peleando contra la peste, peleando para burlar a la muerte: 

“Un día nos encontraremos en otro carnaval 
Tendremos suerte si aprendemos
Que no hay ningún rincón
Que no hay ningún atracadero
Que pueda disolver
En su escondite lo que fuimos
El tiempo está después…” 

,

Esoterismo crítico

Por Lu Gaitán

Hoy quiero hablarles sobre algunas cosas que decimos habitualmente en el circuito esotérico. Soy consciente de que muchxs van a pensar que estoy yendo en contra de mi propio gremio de esotéricos, pero no es así. De hecho, estoy cuestionando desde adentro para que reelaboremos y, de este modo, crezca la potencia de lo que hacemos. Mi intención es que pensemos muchas de las cosas que decimos y tenemos naturalizadas. La mayoría de las veces con la mejor de las intenciones, pero sin darnos cuenta, estamos replicando la lógica de causa y consecuencia donde “A más B, entonces C”, que no es propia del esoterismo, sino del mecanicismo. Lo esotérico es misterioso y no tiene una lógica lineal, así como la astrología no funciona por la fuerza de la gravedad que los planetas ejercen sobre nosotrxs, lxs humanxs comunes y corrientes. Pero sí decimos que hay un vínculo sutil entre cielo y tierra. Que los planetas no nos influencian ni tampoco causan cosas en nosotres. 

En esta misma línea viene mi planteo sobre muchas de las verdades que se replican por ahí. ¿Por qué creo que pasa esto? Porque lo esotérico es complejo y para que sea vendido tiene que ser simplificado a tal punto que sea de fácil digestión. Como los alimentos ultraprocesados, llenos de químicos y conservantes que se venden en el supermercado en paquetes coloridos y súper atractivos que de alimento no tienen mucho, pero sí son calorías vacías que generan adicción y múltiples problemas de salud. Algo así sucede con la espiritualidad y algunas de las máximas que circulan por ahí. 

Una que escucho muy habitualmente es que “el universo tiene un plan”. Muchxs de nosotrxs nos agarramos a la idea de que va a estar todo bien, que el universo o la vida tienen un plan para nosotrxs donde todo va a cuajar perfectamente y acorde a nuestros deseos. A mí me cuesta pensar que el universo opera de ese modo, creo que estamos humanizando al cosmos. Como si este tuviera una mente y una voluntad. Que el universo tenga planes también implica que todo está escrito y que no hay demasiado espacio para cambiar el estado de la situación, a menos que los planes del universo incluyan que lxs seres humanxs tengan libre albedrío y capacidad para cambiar el estado de cosas. Entonces, se trataría de unos planes flexibles o unos planes que incluyen el famoso “vamos viendo”. 

Tampoco creo que el sufrimiento venga para que aprendamos algo. Detrás de esa visión, está la cara cruel del universo. ¿Cómo podría ser que la muerte de alguien que quiero tenga como objetivo que yo valore la vida? Distinto es si yo aprendo el valor de la vida por contraste con ese dolor. La diferencia es sutil, pero creo que es necesaria. Estoy parafraseando a Juan Sklar en algo que escribió hace un tiempo. Y voy a meterme en terreno polémico. Si creemos que el universo o una conciencia más grande que el individuo tienen un plan, entonces esta inteligencia superior también planea que haya abusos y violaciones, no solo de seres humanxs, sino también de animales, plantas, ríos, mares y montañas, así como pobreza y guerras, y en esos planes del universo está la posibilidad de que cambiemos el estado de cosas. Por otro lado, ¿cómo sería la situación donde yo deseo A y mi vecina también desea A? ¿A quién responde el universo?

Como yo no sé si existe esa conciencia superior, con esas características, también me puedo preguntar si no estamos haciendo una reversión de eso que dijo Marx hace unos siglos de “la religión es el opio de los pueblos”, pero esta vez no hay instituciones ni mandamientos, solamente espiritualidad para anestesiar y no sufrir, metida en paquetes que sean vendidos fácilmente. Básicamente, lo que decía Marx es que las religiones han servido para adormecer los procesos revolucionarios y han sido funcionales a que los poderes político y económico estén en manos de pocas personas. No importa que ahora seas pobre y no tengas recursos económicos porque, si hacés las cosas bien, cuando mueras irás al reino de los cielos donde tendrás todo. Hacer las cosas bien significa seguir una cantidad de mandamientos. No es “hacer las cosas bien” en abstracto, sino en la moral judeocristiana. No importa que ahora seas pobre, porque esto es algo que viene de otra vida. En una encarnación anterior fuiste muy rico, entonces ahora te toca ser pobre para compensar. Se llama karma y esa es la razón por la que ahora ocupas esta posición social. Esta es la versión reencarnacionista. ¿Cómo puedo saber si no es mi misión en esta vida modificar el estado de cosas, organizarme, juntarme con personas que estén en la misma situación que yo para hacer algo diferente? O el abuso que tuviste cuando eras niñe: ocurrió para que aprendieras algo. Hay un evento traumático que tuvo un objetivo, un para qué. No veo cuál puede ser el aprendizaje que podemos extraer de esta situación, más que un adultx se aprovechó de un niñe indefenso. ¿Y si decimos que lo atrajo, que eso está en su campo energético y que también sus ancestrxs fueron abusadxs cuando fueron niñxs? ¿Es esa la causa? Soy esotérica, así que creo que no existe el azar, que siempre es nuestro campo energético manifestándose. Pero, y esto tiene un gran “pero”, no conocemos la totalidad de nuestro campo energético, así que tenemos una gran cantidad de información que queda inconsciente. En este caso híper tremendo de un abuso, ¿alcanza con decir que la causa es que lxs ancestrxs también sufrieron ese abuso? Podemos pensar que son eventos que se replican, que están en nuestro campo energético, que es información heredada que está inconsciente, pero es importante y fundamental recordar que ese niñe no nació en el vacío, sino en un sistema patriarcal donde los abusos son moneda corriente. Y esto, que parece un detalle en la letra chica de un contrato, no lo es, porque es muy habitual que alguien recurra a una terapia con esta problemática y se encuentre con esta información que, si no es contextualizada, hace que la persona se quede sintiéndose más culpable que antes, porque nuestro sistema es experto en responsabilizar a las víctimas y además le da miedo su propio campo. 

No me cierra esta forma de vivir la espiritualidad que pone carga en la persona que sufre, como si tuviera la misma responsabilidad que la persona que abusa. Lo mismo que cuando hablamos de la dinámica del abusador y el abusado como dos caras de una misma moneda y una dinámica vincular. Cuando lo vemos de este modo, corremos el riesgo de poner en el mismo lugar y en la misma jerarquía a alguien que no se puede defender de alguien que sí tiene poder. Y, encima, es bastante habitual escuchar en el circuito espiritual que hay que correrse del lugar de víctima. Como si fuera lo mismo un conflicto entre adultos que una situación donde claramente hay una asimetría. Además, esta lectura de que el universo tiene un plan podría ser una versión siglo XXI de un Dios patriarcal que está en el Cielo, que funciona con un sistema de premios y castigos. No me cierra. 

Sí creo que estamos todxs conectadxs, que formamos parte de un entramado vincular que no solo está hecho de personas, sino que también está conformado por animales, plantas, rocas y seres de otras dimensiones. Que todxs formamos parte de un gran sistema donde, si algo se mueve acá, este movimiento reverbera en los confines del universo. No sé por qué y probablemente no lo sepa nunca. En buena medida creo que eso es lo propio de lo esotérico: no hay causas y consecuencias, sino aceptación profunda del misterio.

,

La imposibilidad de una isla

Por Julieta Fantini

El pasado lunes 14 de septiembre, HBO estrenó de manera simultánea en casi todo el mundo dos series que, de alguna manera, pueden equiparar su clima a los tiempos pandémicos. Llegaron los primeros capítulos de The Third Day, con Jude Law (The Young Pope) y Emily Watson (Chernobyl), y We Are Who We Are, la primera serie de Luca Guadagnino, el director de la celebrada película Call me by your name. 

Si bien estos dramas no tienen prácticamente nada en común en sus narrativas, abordan las problemáticas de dos recién llegados a lugares que les son, al menos en principio, hostiles, y con dinámicas propias de las famosas burbujas sociales que aparecen como alternativas para seguir la vida en comunidad frente al avance del coronavirus. Las escenas de The Third Day se desarrollan en una isla británica, mientras que las de We Are Who We Are, en una base militar estadounidense en Italia. Hasta ahí, las similitudes. 

El primero de los tres días. El capítulo piloto de The Third Day presenta a un hombre atribulado (Law) que en un paisaje rural se encuentra con una joven a punto de ahorcarse frente a la presencia de un niño. La chica es rescatada y el niño desaparece. Se ofrece a acercarla a su casa y, así, llega a la isla, que será el escenario no solo de este capítulo, sino de los que vienen, como un personaje en sí mismo. 

Como suele ocurrir en este tipo de relatos, la pequeña población de 93 habitantes es de una extravagancia que anuncia el desastre. La latencia de las tensiones por las características de sus habitantes y sus prácticas y hábitos se percibe desde el primer segundo en el que el forastero pone un pie en tierra al bajar de su auto y se entera de que se cortarán las comunicaciones durante algunos días por una fiesta que tendrá lugar en la isla. 

El creador de The Third Day es Dennis Kelly, conocido por una serie genuinamente de culto inglesa llamada Utopía, que tuvo dos temporadas entre 2013 y 2014, y ahora tendrá un remake de la mano de Amazon Prime Video.  

La miniserie se desarrollará en seis episodios y consta de dos partes: la primera, protagonizada por Jude Law, se titula “Verano”, y luego llega “Invierno”, con Naomi Harris (Moonlight) como protagonista. Sin embargo, en el medio, los creadores apuestan a una propuesta innovadora: habrá un tercer capítulo –en realidad, segundo, siguiendo la cronología de la historia– que se emitirá en vivo, durante 12 horas. Este episodio adicional se rodará en Londres y se transmitirá en simultáneo el 12 de octubre.

El tono de The Third Day recuerda a la película de terror Midsommar. De alguna manera, repite la fórmula de los recién llegados a una comunidad cerrada, con rituales que, se deduce, no pronostican un buen final para los protagonistas; también replica sus tonos saturados y su estilizada fotografía. Los límites entre lo real y lo mágico, potenciados por las creencias, se desdibujan en la película; habrá que ver qué sucede con la serie. Lo cierto es que los traumas individuales y la ritualidad obsesiva de la vida en comunidad se entrelazan con las claves de los relatos de terror, tanto en Midsommar como en la serie, para dar cuenta de una historia vista en varias oportunidades, pero que no deja de resultar atractiva. 

Hay una imagen en particular que sintetiza perfectamente la opresión de esa tensión: a la isla de Osea se accede por un pequeño camino (no hay puentes –o aún no se mostraron–) que queda inhabilitado cuando sube la marea. El plano aéreo de ese camino que desaparece por el agua indica más que los diálogos que establece el protagonista cuando conoce a los habitantes de la isla. 

Resulta difícil juzgar una serie solo por su capítulo inicial. Sin embargo, de lo que no quedan dudas es de la potencia interpretativa de Jude Law. El actor británico transmite con sutilezas las tribulaciones de un drama personal del que poco se conoce, y la perplejidad ante el inesperado paisaje en el que, de repente, se encuentra atrapado cuando interrumpe su viaje a algún lugar.  

Los secretos en el piloto aún no se exponen, pero un espectador entrenado sospecha absolutamente de todos. Así y todo, como sucede con la mayoría de las series que estrenó HBO en los últimos tiempos, desde el primer minuto se expone un subtexto, para el cual el clima ominoso de la narrativa sirve de excusa. En este caso, el de un hombre, padre de tres, que carga un trauma y algunos problemas económicos que lo tienen muy molesto. La llegada a la isla veremos si lo redimirá o lo terminará de hundir. Todo se inclina por la segunda opción.  

Somos lo que somos. We are who we are está protagonizada por el joven Jack Dylan Grazer (Eddie de la última It, Capítulo 2) en un papel que evoca de manera directa al de Timothée Chalamet en Call Me By Your Name, la película que puso a Luca Guadagnino en la mira de todo el mundo. 

El abúlico adolescente obligado por las labores de sus padres, madres en el caso de la serie, a vivir un tiempo en Italia es el tópico que se repite, aunque en la película el ambiente sea el de intelectuales, mientras que en la serie es el ejército de los EE. UU. en una fecha muy peculiar: el verano previo al triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016.

Fraser es un típico snob neoyorquino de 14 años que se muda junto a sus madres, las dos militares, una de alto rango, a Veneto. La exploración de la base, sus alrededores y sus habitantes son el tema del piloto. Con la misma inconstancia y vaguedad de la adolescencia, los creadores eligen contar esa primera exploración de un lugar tan ajeno a la mayoría de las personas. Pero, al menos al principio, We are who we are no se ocupa de la vida militar en sí, sino de mostrarnos a los personajes y su compleja red de relaciones. Aparece, así, Caitlin, una chica por quien Fraser se siente atraído de manera inmediata y que lleva un tiempo viviendo en la base. Desde la primera mirada que cruzan se establece que la historia entre los dos será el tema de los 8 capítulos de We Are Who We Are, sobre todo en lo que tiene que ver con la identidad sexual, en formación y explícitamente fluida. 

Está claro que la serie es un coming on age, es decir un cuento de iniciación, cuya particularidad es que ocurre en una forzada recreación de la vida estadounidense, la base militar, en una Italia que la integra, y no tanto, en un verano. Las dinámicas con los lugareños son otro punto alto de la serie. También es una historia sobre lo que suele ocurrir en el verano, la vitalidad adolescente se potencia en la estación más calurosa para que, entre el aburrimiento y el despertar sexual, pasen cosas. 

La serie va lento, tal vez al ritmo producto del letargo del jet lag del largo vuelo hacia Veneto, y la banda sonora no subraya absolutamente nada; seguimos el pulso de las acciones a través de lo que suena en los auriculares de Fraser, la radio del auto o la música que sale desde una casa. 

We are who we are es, en su comienzo, un fresco que promete contar una buena historia adolescente, lejos de los sermones en los que suelen construirse las series del tipo, y dispuesta a resumir un clima de época en los últimos meses antes de que EE. UU. sucumba a la delirante presidencia de Trump. 

,

Teatro con protocolos. La emoción de volver a entrar a un teatro.

Entrevista a los dramaturgos Sergio Blanco y Gabriel Calderón.
Por Gonzalo Marull

El año 2020 arrancó con una pandemia mundial. Se produjeron aislamientos obligatorios y cerraron los teatros, pero no solo en una región o un país, en todo el mundo. Esto para los amantes del teatro se tornó desesperante, porque hemos vivido cierres de teatros en nuestros países, pero nunca en todo el planeta al mismo tiempo. Por eso, si nos enteramos que en algún lugar del mundo un teatro reabre, lo vemos como una luz de esperanza y acompañamos ese movimiento como si fuera propio. En julio, en Barcelona, se produjo un estreno teatral, y en agosto, en Montevideo, otro. Da la casualidad que en los dos participaron como dramaturgos y directores dos artistas a quienes admiro profundamente y considero amigos del alma: Sergio Blanco (franco-uruguayo) y Gabriel Calderón (uruguayo). Así es que saqué provecho de mi carnet de amigo y les pregunté sobre las sensaciones vividas en esos estrenos. 

¿Por qué creen que, en el orden de prioridades a la hora de flexibilizar los aislamientos y reabrir, el teatro llega siempre casi en último lugar?

Sergio Blanco: Para la sociedad de consumo en la cual estamos inmersos, no somos una prioridad. Y creo que está bien que así sea. El teatro no entra –por suerte–, en ningún circuito ni comercial ni mercantil ni industrial ni económico de prioridades en nuestras sociedades de consumo. Eso en cierta manera es un elogio para todo el movimiento teatral. La sociedad de consumo que encuentra su aliado en la sociedad del espectáculo –y que no tiene nada que ver con el teatro– puede prescindir perfectamente de nosotros y nosotros de ella. No nos necesitamos. Es hermoso y redentor poder prescindir, es el comienzo mismo de la libertad. 

Gabriel Calderón: La razón es que no somos prioritarios. No es una prioridad para el gobierno y para mucha gente. Para las masas, para las mayorías, evidentemente, el teatro no es prioridad. Entonces somos grupos de presión limitados. Y lo que pasa muchas veces es que la cultura de la industria no está desarrollada en Latinoamérica, entonces en muchos países de Europa las industrias vinculadas al teatro presionan para abrir los teatros, para que la gente trabaje, para que los artistas puedan hacer, pero en nuestros países eso está más desconectado y es incipiente, por ende, ahí no hay posibilidad de grandes presiones para poder retomar el trabajo. 

¿Qué les pasó el día que estrenaron en plena pandemia? ¿Qué protocolo tuvieron que seguir?

Sergio Blanco: Para mí fue muy emocionante poder volver a entrar a un teatro. En mi caso fue en el Teatro Lliure de Barcelona. Recuerdo que el primer día que entramos a ensayar, ni bien pusimos un pie en el escenario, todo el equipo hizo una especie de silencio. Estábamos todos profundamente conmovidos. No nos decíamos nada. Mirábamos el lugar. El teatro estaba ahí. Esperándonos. El teatro finalmente es muy paciente. Por esos días me sentí muy dichoso y afortunado de poder estar retomando mi trabajo en un teatro, pero permanentemente pensaba en todos aquellos colegas que no lo estaban pudiendo hacer. Así que se trató de una mezcla de felicidad y tristeza al mismo tiempo, porque la felicidad para mí no tiene sentido cuando no es compartida. Los protocolos de ensayo que tuvimos que seguir eran muy severos y eficientes: mascarillas, lavado permanente de manos, distanciación de un metro y medio, diferenciación de puertas de acceso, etc., etc. Me impresionó la manera rigurosa en que todo el mundo los respetaba. Luego, el día del estreno hubo una emoción particular, pero debo confesar que finalmente fue un poco similar a la emoción que siempre siento cuando entran los espectadores a la sala, siempre me digo lo mismo recordando a Pirandello: “Ahí llegan los gigantes de la montaña”.

Gabriel Calderón: En particular a mí me pasó, cuando estrenamos “Ana contra la muerte” en el Auditorio Nacional del Sodre –el auditorio es un teatro gigante, en realidad son dos teatros, una sala para dos mil personas, y otra sala más pequeña que es para trescientas personas–, nosotros estrenamos en la sala pequeña con un aforo reducido de unas sesenta personas y, la verdad, era como, yo no diría triste, pero había algo de frío, de que un teatro tan gigante que siempre está lleno de gente, que siempre tiene las dos salas a full de su capacidad, de repente, en la única función que tenía, solo pudieran estar sesenta personas. Los espectadores iban llegando de a uno, los hacían entrar, los acompañaban hasta su butaca, todo muy sanitario, muy limpio, pero también muy frío y el espectáculo tuvo que atravesar eso para poder llegar a la gente. 

¿Creen que los espectadores cargaban un plus emocional a la hora de mirar? Ustedes son artistas escénicos con muchas funciones encima, estas que hicieron en plena pandemia ¿tuvieron algo en particular que nunca les había pasado?

Sergio Blanco: Sí, había una atmósfera especial. La gente volvía al teatro después de mucho tiempo sin poder ir, entonces se sentía una cierta emoción. Además, en Barcelona por esos días habían detectado unos rebrotes y las autoridades estaban empezando a cerrar de nuevo algunas salas. Hasta dos horas antes del estreno, no sabíamos si teníamos la habilitación o no. Nadie lo sabía, ni nosotros, ni el público. Eso creó un clima muy particular que hizo que, cuando llegó la habilitación, todos fuéramos a la sala del teatro como quien va a una manifestación política o a festejar algo. 

Gabriel Calderón: Como director y dramaturgo viví el contexto, pero en las funciones que se están haciendo no estoy arriba del escenario; pero sí, por ejemplo, hablo con las actrices, que me dicen: “Hay que rearmar a este público, no es un público, no es una platea llena o concentrada en un lugar, sino que está diseminada, con espacios”. Entonces no es que le hablás a un público, sino que les hablas a muchos aislados y eso genera una particularidad. En el estreno, los espectadores estaban separados a cinco metros y ahora a dos metros porque se flexibilizó un poco más, y así poco a poco se va pareciendo más a lo que era antes.

¿Qué es lo que más extrañaron los días en los que permanecieron encerrados en cuarentena?

Gabriel Calderón: A mí me gusta mucho mi casa, me gusta mi familia; pero cuando a uno lo obligan a estar todo el tiempo en ese lugar con esas mismas personas comienza a extrañar todo lo que no es ese lugar y esas personas. Yo debo decir que, como caso particular, estuve muy cómodo los dos meses que tuvimos en Montevideo de cuarentena, creo que los niños –yo vivo con mis dos hijos–, ellos sí lo empezaron a sentir al final de los dos meses. Me cuesta pensar en lugares como Argentina u otros países en los que la pandemia hizo que la cuarentena se extendiera a cuatro, cinco y hasta seis meses. Yo no lo viví, entonces extrañaba salir y dar vueltas sin ninguna razón, y eso fue lo primero que hicimos cuando se abrió: dar vueltas a la manzana. Recuerdo el primer día que les dije a los niños que íbamos a ir a dar una vuelta a manzana y ellos festejaron como si les dijera que íbamos a ir de viaje o les iba a regalar todos los juguetes del mundo. Dijeron: “¡bien, vuelta a manzana!”, los dos saltaban por toda la casa diciendo: “¡Vuelta a manzana, vuelta a manzana!”. Y, durante varios días, las primeras semanas que salíamos era solo a dar una o dos vueltas a manzana y ellos lo disfrutaban muchísimo. Así es que esa fue un poco mi experiencia. 

Sergio Blanco: Yo extrañaba la otredad en carne y hueso. Los abrazos. Las caricias. Los besos. Y por lo tanto también extrañaba mucho el teatro que es el lugar por excelencia en donde la palabra busca la carne y en donde finalmente siempre la termina encontrando. Si hay algo que me ha confirmado esta pandemia y los confinamientos que tuvimos que vivir, es justamente la necesidad del otro: lo necesario que es el rostro del otro, es decir, aquel que no soy yo, y que en su otredad me construye. 

,

The Future

Por Nano Barbieri

En los primeros años posteriores a la guerra fría, el profético Leonard Cohen publicó uno de sus discos más emblemáticos: The Future (1992). Entre las nueve canciones que lo completan, dos son épicas y contrapuestas: la que lleva el nombre del álbum y Democracy. Mientras que la primera avisa, “he visto el futuro, es una masacre”, en Democracy celebra la llegada de la democracia como una especie de fe amasada desde la masacre de plaza Tiananmén y el hombre del tanque hasta nuestros días. 

Esta especie de desconcierto, este juego de oposiciones tenía un fundamento: las posiciones extremas empezaban a parecer cada vez más atractivas. En una entrevista para la televisión canadiense, Cohen lo explicaba así: “Todo el mundo se siente más hospitalario con las posiciones extremas (…), su retórica tiene un cierto borde, una chispa, un atractivo”. Recursos que, a él también, le resultaban prolíficos para componer. La masacre o el esplendor. 

Hace pocas semanas, el Colectivo Editorial Crisis publicó una recopilación de reflexiones sobre la marcha, en caliente (mis respetos a ese coraje intelectual), sobre la situación de Argentina en su nueva anormalidad, pre-post o eternamente pandémica. La vida en suspenso reúne varios textos con una hipótesis: por primera vez la historia está en suspenso, atónita por un acontecimiento cuya protagonista es la naturaleza. No hay mecanismos históricamente institucionalizados, no hay antecedentes inmediatos que puedan acercarnos respuestas a lo que está sucediendo: solo quedan caminos creativos, y en cierto modo improvisados, que permitan encauzar la situación en alguna dirección. 

En relación con este escenario, el politólogo Marcelo Leiras explica la volatilidad de algunas de las respuestas que vimos en estos meses. “Lo que acostumbramos a describir como gobierno de leyes”, dice Leiras, “aparece nítidamente como gobierno de personas. El núcleo del poder público reside en los individuos a los que obedecemos aún en una situación extraordinaria”. Así, lo mismo que genera gran aceptación, al poco tiempo genera rechazo o viceversa. Las leyes por las personas. Hay una zona de espontaneidad, de riesgo y aprendizaje, que desnuda la trama de decisiones detrás de personas que están pensando en vivo. Puede sonar como algo evidente, pero es esencialmente novedoso. 

La institucionalidad necesita del antecedente. Siempre pensé a las sociedades como a una ilusión. La sociología resulta alucinante por su vocación de explicar lo que no tiene cuerpo, pero que nos define en casi todo lo que hacemos. Las instituciones, los órganos de vida de las sociedades, son como telas de un probador, de una carpa, de una sala de primeros auxilios. Hacen un esfuerzo extraordinario por organizar, por disciplinar, por llevar a la paz, tal vez. Por educar, por distribuir, en el mejor de los casos. Pero al final del día son solo telas, velos, fragilidades necesarias, pero fragilidades al fin. La condición de su existencia es que podamos crear en ellas, en la posibilidad que tienen esas telas de sacarnos de la intemperie. 

La pandemia puso en evidencia la importancia de los Estados nación en el sostenimiento de la vida, de eso no tenemos duda, pero también dejó expuesta la condición, digamos, humana, de las decisiones que le dan forma. En este sentido, puede verse una zona de riesgos y de oportunidades producto de la pandemia que abrieron ventanas de discusión que, en una situación de normalidad (por usar un término de moda), hubiera sido muy difícil poner sobre la mesa. Pienso puntualmente en el impuesto a las grandes fortunas, a los multimillonarios (¿en qué otro contexto lo hubiéramos discutido sobre agenda?), o el salario universal que, a pesar de los años de teorización, tan pocas veces pudo ser al menos el titular de algún diario. En síntesis, podría decirse que hay una histórica oportunidad de salirse del libreto de las condiciones de posibilidad de la política tal como la entendemos en Argentina.  

Pero, al igual que en el escenario que planteara Leonard Cohen en 1992, el resquebrajamiento de las normalidades, de las regularidades genera un clima hospitalario con las posiciones extremas, un clima ideal: nada pareciera estar fuera de las posibilidades de este momento histórico. Todo puede pasar, todo discurso tiene su audiencia. La popularidad de dirigentes o referentes de las alas más represivas del arco político (transversal a todos los partidos o coaliciones hegemónicas) refuerza, con un aire moderno en tanto estrategias comunicacionales, la tradición nacionalista y totalitaria. 

Los privilegios están en discusión, pero también están dadas las condiciones para que aflore un neoconservadurismo represivo que encuentra un sorpresivo eco con crecimiento sostenido. 

Volvamos a The Future. Hay un tercer tema en este disco de Leonard Cohen que pareciera contestarles a los dos que mencionamos al comienzo de esta conversación, como queriendo darle una salida a esta polarización. Se llama Anthem, o Himno, y comienza con un recitado que dice: 

“Que suenen las campanas que aún pueden sonar Olvida tu ofrenda perfecta/Hay una grieta en todo/Así es como la luz entra”.

,

Spicy

Por Lu Gaitán

Creo que muchas veces usamos la astrología como un placebo para no sufrir, ante una realidad que duele e incomoda por todos lados. Podemos usar la astrología y cualquier otra rama del mundo esotérico como una forma de desconectarnos de la propia psiquis y del colectivo del que formamos parte. ¿A qué me refiero con desconectar de la propia psiquis? “Estoy deprimida” y digo que es porque tengo mucha agua en mi carta. Ahí no me estoy haciendo cargo de lo que me pasa. Esta es una lectura simplificada, pero de ese modo estoy olvidando que cada indicador astrológico puede ser leído y vivido de muchas maneras. El agua puede ser el desborde emocional, pero también puede ser una gran sensibilidad artística o una gran empatía. ¿De qué depende si es uno u otro? Dependerá del momento de la vida, del contexto social y del trabajo que cada persona haga.

¿Y por qué nos encontramos ahora con esta forma de abordar la astrología siendo que la astrología y todo lo esotérico tienen miles de años? Lo específico de este momento es que estos conocimientos se hicieron masivos y, para ello, debieron simplificarse para llegar a mucha gente en un contexto donde tenemos una crisis de sentido muy profunda, sobre todo en el Occidente secular. No me parece casual que la astrología y lo esotérico tengan tanto impacto entre millennials y centennials, dos generaciones que son antirreligiosas pero tienen una necesidad muy grande de acceder al mundo de lo sutil, además de un gran compromiso con los feminismos, los movimientos de la disidencia sexual y el ambientalismo. ¿Por qué circulan versiones tan simplificadas de la astrología y lo esotérico teniendo en cuenta que son conocimientos muy complejos? Por la masividad, y esto es algo que sucede con todos los conocimientos que buscan ser difundidos a gran escala. ¿Es lo mismo la psicología que la autoayuda? ¿Es lo mismo el deporte de alto rendimiento que el picadito que juegan las pibas un jueves a la noche después de tomarse unas birras? Obvio que no. Con la astrología y lo esotérico pasa algo parecido. Entonces, ¿”está mal” que la astrología y el esoterismo sean divulgados masivamente? De ningún modo, solo que corremos el riesgo de tomar la parte por el todo.

Pero ojo, porque la astrología y lo esotérico pueden ser aliados del neoliberalismo. ¿Cómo sería eso? Si ponemos demasiado foco en el deseo individual, pero olvidamos que formamos parte de una sociedad y un contexto de época donde no tenemos las mismas posibilidades de acceder a una alimentación saludable, ni al conocimiento, ni a la vivienda, si insistimos demasiado en no meternos en ninguna grieta, pero este mundo está sufriendo una crisis ecológica sin precedentes, donde además las mujeres y disidencias sexuales somos violentadxs permanentemente, donde unx de cada dos niñes está debajo de la línea de la pobreza en Argentina, pero seguimos creyendo que el cambio va a llegar solo desde la autoobservación, el autoanálisis y la autorreflexión, entonces estamos siendo aliadxs de este sistema desigual y absolutamente cruel. Cada vez que escucho algo parecido, en mi cabeza aparece esa frase que dice: “Si elegís ser neutral en situaciones de injusticia, entonces estás eligiendo el lado del opresor”.

Es cierto, no hace falta que nos subamos a todas las grietas y, si lo hacemos, corremos el riesgo de nublar nuestra capacidad de análisis, pero creo que en el circuito esotérico tendemos al exceso de neutralidad y eso es muy funcional a este sistema. ¿Esto quiere decir que “está mal” hacerse preguntas sobre unx mismx? Obvio que no, pero no es la única forma y corremos el riesgo de entrar en un registro narcisista de “yo y mi carta natal”, “yo y mis problemas de autoestima”, “yo y mis problemas vinculares”, “yo y la situación de violencia que viví con mi ex”, “yo y mis problemas laborales”. Esta indagación tiene todo el sentido del mundo y es necesaria, pero no es la única. Porque la carta natal habla de dilemas humanos, entonces, tus problemas de autoestima no son una expresión aislada, sino que responden a modelos de belleza hegemónicos que sobre todo recaen en las mujeres y disidencias sexuales y no son solo porque Venus está en cuadratura a Quirón; tus problemas vinculares responden a una transformación de paradigmas vinculares que son propios de las ciudades grandes de Occidente y no son solamente porque tenés a Urano en casa 7; la violencia en los vínculos sexoafectivos no se reduce a la conjunción entre Venus y Marte de tu carta natal, sino que hablan de los vínculos sexoafectivos en el patriarcado; tus problemas en el laburo no son solamente porque tenés a Plutón en casa 6, sino que se inscriben en el marco de la flexibilización y precarización laboral.

Y, entonces, la carta natal y la astrología ¿para qué sirven? Sirven para repensarnos y cuestionarnos cómo funcionamos tanto a nivel individual como colectivo y, de ese modo, acercarnos al desarrollo de nuestra singularidad. Y voy a insistir con esto: las posiciones astrológicas no son leídas de una sola manera. Son símbolos y los símbolos son polisémicos, o sea que tienen múltiples niveles de interpretación. Entonces, la cuadratura de Venus y Quirón puede dar problemas de autoestima, pero también puede traer el encuentro en la belleza de lo que soy, aunque mi cuerpo no responda a los modelos de belleza hegemónicos; Urano en casa 7 puede manifestarse como libertad y autonomía de los miembros de una relación (o varias) y así.

¿Con la astrología vamos a tener respuestas cerradas? ¿Características de personalidad fijas e inamovibles? No, es mucho más que eso. Podemos encontrar algunas respuestas y explorar algunas formas, pero lo esotérico no cierra sino que abre, no da garantías ni certezas absolutas. El individuo no es un ser aislado y el colectivo, no es una masa uniforme de personas, hay individuos en búsqueda de su singularidad. Ahí entran otras formas de hacer astrología, las que incluyen variables sociales a la hora de hacer análisis, las que cuestionan las formas de vincularnos no solo partiendo desde la carta natal, sino en las formas que los vínculos toman en el patriarcado, donde no es igual ser varón que ser mujer, ni tampoco es igual ser mujer que ser trans, ni tampoco es igual ser mujer cis blanca que ser mujer cis negra y sin recursos económicos. Por eso creo que necesitamos cuestionarnos algunas formas de hacer astrología y de vincularnos con ella. Creer que la astrología es una diversión es bastante limitado, pero tiene que ver con que la astrología se ha convertido en un objeto más de la sociedad de consumo en la que vivimos. Lo mismo sucede con los feminismos y la ecología: remeras, buzos y banalización de consignas para hacer lo que tenemos ganas, pero con la conciencia tranquila porque nos declaramos feministas y sustentables. Con la espiritualidad puede pasar algo parecido. ¿Esto es culpa de la astrología, del feminismo, del veganismo o del colectivo LGTTBIQ+? Más bien creo que se trata de una lógica de este sistema que es muy astuto a la hora de tomar expresiones disidentes y convertirlas en productos para ser vendidos en las góndolas del supermercado. Productos empaquetados y de consumo fácil que no generen demasiada incomodidad ni demasiado cuestionamiento a las bases de este sistema. ¿Entonces qué hacemos? ¿Nos bajamos de todo, solo porque termina pasando esto y entramos en una lógica nihilista? Tampoco creo que sea por ahí, pero sí tenemos que estar atentxs.

Por otro lado, me parece importante mencionar que esoterismo y ciencia no necesariamente tienen que estar enfrentados. Pueden encontrarse de algún modo. No solo con los ejemplos que les mencionaba antes de psicología y ciencias sociales sino también en lo que refiere al cuidado de la salud. Podemos hacer una interpretación simbólica de los síntomas o las enfermedades que tenemos, pero eso no quita que tratemos las dolencias con tratamientos médicos específicos. Después podemos cuestionar cuáles son las formas que adquieren esas medicinas y cómo fueron pensadas, pero creo que eso da para largo y tampoco es mi especialidad. Así que, hoy, lo dejamos acá.

,

The boys, superhéroes de los malos

Por Julieta Fantini

Esta reseña no contiene spoilers.

A propósito del estreno de la segunda temporada de The Boys en Amazon Prime Video el viernes 4 de septiembre, un crítico se preguntaba quién puede necesitar o demandar sutilezas en la ficción cuando Donald Trump es el presidente de los Estados Unidos.

Es que la serie, basada en un celebrado cómic, no ahorra en sangre derramada, cuerpos que explotan y una figuración bastante directa del universo que Marvel y DC –las dos compañías hegemónicas en esto de llevar historietas y novelas gráficas al cine y a la televisión– que apela a la parodia y da cuenta, también, de cómo la cultura del espectáculo lo fagocita todo. De entrada, para los creadores de The Boys, la fama es mala, muy mala. 

Hay un contexto de producción particular: hace 20 años que Marvel domina la taquilla mundial con Avengers/Los Vengadores y sus derivados; DC hace lo propio resucitando a Batman cada dos por tres y al resto de sus personajes. Sin embargo, la tradición del mundo del cómic es vasta y variada, y en los últimos años ha llegado al alcance del público masivo –por fuera de los cultores de las historietas– una serie de personajes que se alejan de la glorificación de estas personas con superpoderes, que ahondan en la profundidad psicológica que algunos del canon sí mostraron a partir de los 80 y que, por sobre todo, son narraciones que buscan deconstruir la imagen de lo superheroico. 

En ese camino se ubica The Boys, creada por Eric Kripke y basada en la historieta homónima de Garth Ennis y Darick Robertson.

Por lo pronto, hay una temporada completa disponible y tres capítulos de la dos, ya que Amazon decidió estrenar uno nuevo cada viernes. 

En la historia, “los chicos” son un grupito de parias de diferentes extracciones y con una motivación en común que, por supuesto, terminan convirtiéndose en los héroes de la serie. Su objetivo es desenmascarar a los Seven, los siete superhéroes principales que trabajan para una compañía justamente como eso, héroes y heroínas del mundo moderno, pero con características desdeñables: son corruptos, vanidosos, sádicos y totalmente integrados al sistema de celebridades del entretenimiento, con lo burdo en primer plano. 

Esos superhéroes, integrados a la vida y a las instituciones a través de una megacorporación que los administra como productos, no reparan en abusar de sus poderes porque tienen por detrás un equipo de relaciones públicas que limpia sus malos hábitos y acciones. Y no son solamente Los Siete, sino que, como si se tratara de un sistema de franquicias, hay “súpers” diseminados por todo el mundo, con distintas posiciones en el sistema de castas diseñado por la empresa que, por supuesto, tiene vínculos muy estrechos con el gobierno. 

En el camino de Deadpool (para alquilar en Google), The Boys recurre también al humor (negro) que debe tener cualquier parodia que se precie de tal. Es más, la serie parece darle la razón a Martin Scorsese cuando el año pasado publicó una controvertida columna en el New York Times en la que argumentaba por qué las películas de Marvel no son cine. 

La tesis principal del director de Taxi Driver es que el universo cinematográfico de Capitán América y Spiderman no es una forma artística, sino un producto de marketing. En ese sentido, las similitudes entre Disney y Vaught, la empresa que maneja a Los Siete, son evidentes.

Otras del tipo

Así y todo, la incorrección política de The Boys no va más allá de burlarse del poderoso, con el mismo tono cínico y oscuro que se vio en otra serie, The Preacher (Prime Video) aún más amplificado. Se trata de una adaptación de una novela gráfica detrás de la que también están Evan Goldberg y Seth Rogen en la que el héroe –antihéroe, en realidad– es un sacerdote tejano que descubre que Dios ha dejado su puesto y desatado una serie de desastres en el mundo. 

En la misma sintonía está The Umbrella Academy. Con un tono delirante, la serie de Netflix que lleva dos temporadas emitidas, reúne a un grupo de “hermanos” con superpoderes inusuales, quienes fueron criados por un excéntrico millonario y cuya misión es evitar el apocalipsis y tolerarse en sus diferencias. También aquí el recurso metanarrativo se propone ridiculizar la solemnidad de los universos de Batman, Superman o Los Vengadores.  

Por último, y solo para mencionar una reciente, Doom Patrol (HBO) –un cómic que surgió en los años 60 y que tuvo varias etapas y evoluciones– completa esta lista, porque propone la misma premisa: otra serie paródica de La Liga de la Justicia, pero en un tono más existencialista, ya que los protagonistas reniegan de sus poderes y anhelan lo que tantos hoy: una vida normal.